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» » Teatro Cosmopolita, Crónica de un regreso en busca de su gloria

(04/11/14 - Teatro)-.El Teatro Cosmopolita reabrió sus puertas a más de 400 vecinos que disfrutaron del show de la Orquesta de Cámara de la Fundación Argen-INTA. El tradicional edificio fue fundado a principios del siglo XX por obreros e inmigrantes de la cervecería Bieckert de esa localidad.

Mientras uno camina el piso cruje. Se escuchan goteras, y es entendible, llovió todo el fin de semana, no hay techo que aguante. Menos, este techo: es muy viejo, como los pisos, como el escenario. Todo es viejo, y eso causa emoción en el público. 

Entre las butacas se escucha “Acá bailaba mi papá”, “Todas las orquestas pasaron por acá”, y demás comentarios que dan cuenta que los crujidos son de hace casi 100 años, cuando fue fundado el teatro “Cosmopolita”. 

Fundado con gloria y abandonado con pena.

Este domingo, la Orquesta de Cámara de la Fundación ArgenINTA recibió a los espectadores con música clásica y un final tanguero. Pasado por agua, así fue el día de la inauguración. 

Sin embargo, la sala estuvo completamente llena de vecinos emocionados. Una emoción que, para entenderla, hay que recorrerla a través de la historia del lugar.

La fábrica de cerveza Bieckert fundó el teatro en los años ’20 —no se tiene una fecha precisa de la inauguración— como un regalo a la comunidad que crecía al ritmo industrial de principios del Siglo XX. Funcionó como cine —el primero en Llavallol—, como teatro y como centro de actividades sociales y culturales de la ciudad.

También sufrió el paso de los años pobres, cuando la cultura quedó en el último lugar de la lista de “cosas que importan”, y en su decadencia hasta llegó convertirse en un templo evangelista. 

El uso y desuso hizo que se llevaran las sillas, muebles, luces del escenario, proyectores históricos y todo lo que no estaba clavado o atornillado. En pocas palabras, se lo destripó de cuajo. 

Hoy, en un cuarto, hay apenas unos afiches viejos, volantes, libros de partituras y publicidades con la cara de artistas que tocaron en el lugar hace 40 o 50 años. 

Ese papelerío desorganizado, amojosado, amarillento, y dos pianos –sólo uno funciona y fue afinado y utilizado en el show- son el testimonio melancólico de lo que alguna vez fue.

“Yo acá me casé”, comenta un señor de 80 años, quien bromea que ya no sabe si éste es un recuerdo feliz o triste. 

Las historias de lo que el barrio hacía y dejó de hacer llenan los huecos de la sala. Ocurre la típica presentación y agradecimientos a los presentes. 

El teatro se encuentra en silencio. Se cuentan con una mano las veces que en la historia de Llavallol se tocó música clásica… Todos lo saben. Esperan lo clásico como si fuera una novedad.

El violín principal empieza a sonar. 

No le importa la ridícula y solitaria gotera que se desprende sobre su cabeza, y el resto de la orquesta lo sigue. 

Parece que es un disco previamente grabado: suena perfecto. Se mezclan los sonidos con los sentimientos, porque hay gente llorando en la sala, ancianos a quienes la música los transporta a una niñez desteñida y apolillada. 

La sala se transforma en una cáscara que contiene recuerdos y parece latir. El respeto del público los sorprende hasta a ellos mismos. Llavallol recuerda quién era y quién es.

La música clásica se detiene y uno de los violinistas se para delante del resto, afina el violín y comienza a tocar. 

Todos hacen ese murmullo que sigue siendo respetuoso, conocen la canción. “El día que me quieras”, con arreglos de música clásica, lo usan para abrir esta etapa de tres temas que la gente celebra. 

Digan lo que digan, el tango sigue siendo popular. Cuando termina su interpretación, el público estalla, se para, se ríe, ovaciona, y el violinista debe saludar dos veces.

El concierto cierra con el tango “Recuerdos”, de Osvaldo Pugliese. El mejor cierre para este encuentro. Afuera sigue lloviendo, adentro hay otro clima, otra dimensión. 

Fueron más de 400 personas, en una tarde que seguramente nadie olvidará. 

El teatro reabrió sus puertas, y todos esperan que esta vez sea para siempre. 

Estará a cargo la Asociación Civil CAEPP, que pisa fuerte. 

Pronto, prometen, se inaugurará una orquesta-escuela en el lugar, y los pibes de Llavallol podrán aprender a tocar el violín, el piano y otros instrumentos clásicos. 

Poco a poco, la gente deja el teatro. Se va bajo la lluvia con el sentimiento de que ya no habrá más que armonía¸ y la cultura florecerá la vida, y no existirá el dolor.

*Por Edgardo Emilio Nuñez, AUNO

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