Rodolfo Walsh es tantas cosas, y a la vez simplemente un tipo común, que no abandonó nunca esa postura que tanto destaca a los periodistas de raza, ese color gris que les evita ocupar el lugar que saben tienen que ocupar los verdaderos protagonistas.
Se puede hablar del Rodolfo escritor, con sus cuentos y sus libros, ensimismado en la letra por encima de la vida, casi obsesivamente; del Rodolfo investigador que llevó adelante lo que algunos llaman un nuevo género literario a partir de su Operación Masacre, un verdadero manual de periodismo, quien quiera leer que lea; o del Rodolfo criptógrafo que se destacó descifrando los cables cifrados de la reacción contrarevolucionaria que programaban la invasión de Bahía de los Cochinos.
De lo que no queda duda alguna es de las características medulares de Rodolfo: su honestidad, sus convicciones y su compromiso, las que iban con el en cada cosa que emprendía.
rodolfo supo ser muchas cosas, esencialmente fue un Trabajador de Prensa, y me detengo aquí a hacer la salvedad que existe a mi criterio entre un periodista y un trabajador de prensa.
Un trabajador de prensa difícilmente estará en un coctel de la embajada norteamericana, aunque no va a desentonar en una rueda de prensa de cualquier embajada donde se denuncie un atropello, solo por dar un ejemplo.
Y ahí es donde me parece importante reivindicar a Rodolfo, en ese último año exacto en que en la orfandad más absoluta de medios y elementos se las ingenió, el solito, para jaquear el gran cerco mediático que imponían las empresas dominantes del periodismo nacional y sus periodistas (profesionales o profesionistas).
En esos 365 días Rodolfo y su ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina) se encargó de desvirtuar la mentira con que después los periodistas profesionistas tratarían de camaleonizarse en la democracia.
Esencialmente por eso quedó claramente al desnudo el cinismo de los cómplices, cuando menos con el silencio que, al comenzar la democracia, alegaron ignorancia sobre lo que ocurría en el país.
El correr de los años hizo que las lenguas se soltaran y más que menos cada uno de ellos fue mencionando, en casos como defensa de si mismos o de algún personero de la dictadura, haber hecho gestiones por un familiar, o un amigo o conocido.
Pero antes de esta confesión de parte, como huella indeleble de la defección estaban esos cables de ANCLA que llegaban cada redacción de Buenos Aires, como un mojón de dignidad a cuenta del periodismo futuro, con las noticias de los hechos aberrantes que cometía el PROceso.
Por eso, solo por eso, su imagen inmensa incomoda, molesta, como por otro lado debe hacer siempre un buen periodista en los estamentos de poder, porque recuerda que en medio del desierto solo con la dignidad se paró un trabajador de prensa e hizo frente al monolítico discurso oficial de los medios de la época, que ni siquiera se atrevieron a llamar dictadores a los dictadores o asesinos a los asesinos.
Al maestro, al icono, al sempiterno constructor de sueños, PRESENTE.
