El Premio Nobel Joseph Stiglitz sostiene que es posible una economía más justa
Stiglitz, que se ha hecho conocido por su oposición al neoliberalismo, reaparece ahora en escena con este volumen editado por Taurus que compendia sus núcleos de pensamiento -como el texto que inspiró el surgimiento del movimiento Occupy con su lema "Somos el 99 por ciento"- y postula que es viable alcanzar una economía más justa, "siempre y cuando dejemos a un lado los intereses erróneos y abandonemos lo antes posible unas políticas que ya han demostrado ser fallidas".
"Nadie puede negar hoy que en Estados Unidos existe una gran brecha que separa a los muy ricos -ese grupo al que a veces se denomina el 1 por ciento- de los demás. Sus vidas son diferentes: tienen distintas preocupaciones, distintas angustias, distintos estilos de vida", sostiene en el prólogo de La gran brecha.
"A los ciudadanos corrientes les preocupa cómo van a pagar la universidad de sus hijos, qué pasará si algún miembro de la familia cae gravemente enfermo, cómo saldrán adelante cuando se jubilen. En los peores momentos de la Gran Recesión, hubo decenas de millones de personas que no sabían si iban a poder conservar su casa. Varios millones no pudieron", agrega.
En uno de sus textos más polémicos, el Premio Nobel de Economía 2001 sobrevuela el crecimiento de la brecha en la mayoría de los países avanzados para centrarse en el trayecto que describe la desigualdad en el resto de mundo a partir de una serie de interrogantes que organizan su análisis.
"¿Se está cerrando la brecha entre unos países y otros, en la medida en que algunas potencias emergentes como China y la India han sacado a cientos de millones de personas de la pobreza? Y en los países de rentas bajas y medias, ¿las desigualdades están empeorando o mejorando? ¿Vamos hacia un mundo más justo o más injusto?", interpela Stiglitz.
El ensayista traza un recorrido que arranca en el siglo XVIII con la Revolución Industrial, cuando comenzó a acentuarse la brecha entre ricos y pobres, una tendencia que se afianzó cada vez más hasta la Segunda Guerra Mundial. Más adelante, en la década del 80, la globalización hizo que las diferencias entre unos países y otros empezaron a disminuir.
Stiglitz asegura que es falsa la dialéctica entre crecimiento y equidad: una economía sana y una democracia más justa serán posibles siempre y cuando "dejemos a un lado los intereses erróneos y abandonemos lo antes posible unas políticas que ya han demostrado ser fallidas".
El autor de El malestar en la globalización retoma también la lectura de la obra de uno de los economistas del momento, el francés Thomas Piketty, que en su libro El capital en el siglo XXI sostiene que los extremos de riqueza e ingreso son inherentes al capitalismo.
"Según este enfoque, deberíamos considerar las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial 'un período de rápido descenso de la desigualdad' como una aberración. A decir verdad, ésta es una lectura superficial de la obra de Piketty, que ofrece un contexto institucional para entender la profundización de la inequidad a lo largo del tiempo. Lamentablemente, esa parte de su análisis recibió menos atención que los aspectos en apariencia más fatalistas", asegura Stiglitz.
Como lo viene haciendo en los últimos años, el economista no ahorra críticas a Estados Unidos, país al que acusa de alentar un "capitalismo de segunda".
"Como prueba, basta con remontarse a nuestra reacción frente a la Gran Recesión, en la que socializamos pérdidas, aun cuando privatizamos privatizamos ganancias, al menos en teoría, pero tenemos monopolios y oligopolios que sistemáticamente obtienen grandes beneficios. Los CEO tienen ingresos, en promedio, 295 veces más altos que los del trabajador común, una brecha mucho más grande que en el pasado, sin ninguna evidencia de aumento", plantea.
El autor de El precio de la desigualdad explora el origen de las políticas que incrementaron a desigualdad en Estados Unidos, para lo que es necesario remontarse a la Segunda Guerra Mundial: "Cuando triunfó en la Guerra Fría, no pareció haber un rival viable para nuestro modelo económico. Sin esta competencia internacional, ya no tuvimos que mostrar que nuestro sistema podía ser beneficioso para la mayoría de nuestros ciudadanos", indica.
"Ideología e intereses se combinaron de manera nefasta. Del colapso del sistema soviético, algunos extrajeron la enseñanza equivocada. El péndulo osciló de demasiado Estado allí a demasiado poco Estado aquí. Los lobbies de las empresas abogaron por deshacerse de las regulaciones, aun con todo lo que esas regulaciones habían hecho por nuestro medioambiente, nuestra seguridad, nuestra salud y por la propia economía", critica Stiglitz.
El economista tilda a esta ideología de "hipócrita", ya que los banqueros -justamente defensores de la economía del laissez-faire- no tuvieron reparos en aceptar cientos de miles de millones de dólares del Estado en rescates que se volvieron una modalidad recurrente desde comienzos de la era Thatcher-Reagan.
"El Congreso mantiene los subsidios para los granjeros ricos y reducimos el apoyo nutricional para los necesitados. Los bancos que causaron la crisis financiera mundial embolsaron miles de millones de dólares y los propietarios de viviendas y las víctimas de las prácticas de préstamos abusivos recibieron una miseria. Podríamos haber ayudado a los propietarios "ahorcados" y a las víctimas de esta conducta predatoria en forma sistema político estadounidense rebasa de dinero", denuncia Stiglitz.
