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» » Cristopher, Huracán y el gatillo fácil

(19/08/18 - Violencia Institucional, *Por Coordinadora DDHH del Fútbol Argentino)-.La bandera tiene los colores de su vida. Los colores de Huracán. Dice “Justicia para Bocha”. La llevan sus amigos y su familia. Caminan despacio, con los ojos poblados de lágrimas, con la indignación navegando por las tripas. Salen de la puerta de su casa, en la calle Los Patos, envueltos por las paredes pintadas también con los colores de su vida. Se suman vecinos en cada esquina. 

Grita uno: “Bocha presente, ahora y siempre”. Repite otro: “Bocha, querido, la banda está contigo”. Las voces se entrecortan porque pensar en la muerte de Cristopher Rego, un pibe de 26 años nacido y criado en Parque Patricios, estremece. Lo asesinaron ocho efectivos de la Prefectura Naval el domingo a la madrugada. 

Lo asesinaron porque no se detuvo en un control de tránsito. Lo asesinaron a balazos e intentaron esconder las pruebas llevándose las vainas de los disparos y dándose a la fuga. Lo asesinaron a sangre fría, como explica Jorge, su papá, en un nuevo caso de gatillo fácil en la Argentina.

Bastian no lo sabe. Bastian tiene 40 días y sólo quiere que su papá lo abrace. Bastian espera lo que nunca va a llegar con la camiseta del Globo tatuada en la piel. Cuando Bastian crezca y pregunte, le contarán que Bocha había comprado hacía diez días una camioneta para poder laburar mejor y que, como se había olvidado los papeles en lo del muchacho que se la había vendido, decidió no detenerse en el retén ante el temor de que le secuestraran el vehículo. Cuando Bastian crezca y pregunte, le explicarán que Bocha falleció en el Hospital Penna con un tiro en la garganta y otro en el pecho recibidos a metros de la esquina de Ancaste y Monteagudo. Cuando Bastian crezca y pregunte, le dirán también que, unos días antes de que le arrancaran a su papá, Patricia Bullrich, ministra de Seguridad del gobierno nacional, visitó a Luis Chocobar, el policía que el 8 de diciembre de 2017 mató a Juan Pablo Kukoc por la espalda, para ofrecerle su apoyo ante el juicio oral al que deberá someterse por el homicidio cometido. Cuando Bastian crezca y pregunte, grabará los nombres de los ocho responsables de ese abrazo que esperará por siempre: Díaz Guevara, Jaqueline Acosta, Javier Fernández, Pablo Brítez, Cristian López, Lucila Carrizo, Rubén Viana y Mariano Paredes.

Herencia, apuntan. Bocha amaba a Huracán porque eso le habían enseñado desde que era un bebé como Bastian. Jorge, su papá, director técnico en una canchitas que el club tiene sobre la calle Urquiza y dueño circunstancial de una pizzería bautizada “Los Quemeros”, lo convenció de que el rojo y el blanco eran los colores de su vida llevándolo al Ducó cada vez que había partido. “Para él, Huracán era su amor, su pasión, su locura. Siempre andaba apurado por ir a la cancha”, relata Juan Manuel, su suegro. Luana, su pareja, había sido compañera en el Colegio Normal 3 de San Telmo de Nehuén Rodríguez, el joven atropellado y asesinado por la Policía Metropolitana en 2014 en pleno festejos por el ascenso de Huracán a Primera. A nadie le extrañó entonces que Roxana, la mamá de Nehuén, se acercara el lunes por la tarde a la concentración para exigir justicia: “Christopher siempre nos apoyó. De hecho, había subido hacía poco un video a su Facebook sobre Nehuén. Es lamentable cómo actuaron de la misma manera intentando limpiar rápido las pruebas”.

El abogado León Zimerman fue el que acuñó el término gatillo fácil para referirse a los asesinatos cometidos por las fuerzas represivas del Estado en los que las víctimas, al momento de su muerte, no representan un peligro ni para la vida del autor del crimen ni para terceros. Lo utilizó por primera vez para referirse a la Masacre de Budge, ocurrida el 8 de mayo de 1987. Lo repitió cada vez que la siniestra práctica represiva, tan vinculada a la última dictadura, se aplicó en democracia. Por eso Leandro Palazzi, el gran amigo de la infancia de Bocha, no duda delante de las cámaras: “Fue gatillo fácil. Y, por suerte, había un testigo y había cámaras. Porque, si no, los mismos que nos deberían cuidar estarían diciendo ahora que Bochita era una asesino, que Bochita era un narcotraficante”.

La bandera tiene los colores de su vida. Avanza a paso firme, protegida por una caravana de memoria. No hay campeonato para festejar. Sí una tristeza profunda. No hay consuelo. Sí la certeza de que Huracán es una identidad indeleble. No hay grito de gol. Sí la necesidad de extirpar el gatillo fácil de la vuelta de la esquina. En un instante en el que todo es silencio, Jorge le susurra al aire que Rego, su hijo, está ahí, está presente. La respuesta, sin que nadie la pida, llega directamente desde el corazón de esa hinchada, desde el corazón de su hinchada: ahora y siempre, ahora y siempre, ahora y siempre.

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