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» » “Toda mi juventud se fue con él”

(31/08/18 - Lesa Humanidad)-.Ángela Ester Ondicola, novia de Jorge Toledo (ex detenido desaparecido durante la última dictadura cívico-militar en Olavarría), brindó su testimonio en una nueva audiencia por el juicio Monte Peloni II. Además declaró María Cristina Taminelli y se reprodujo el testimonio fílmico tomado en 2014 a Juan Carlos Butera. Las audiencias se retomaran el viernes 7 de septiembre.

En una Mar del Plata fría y gris, se desarrolló una nueva audiencia del juicio Monte Peloni II. Este proceso cumplió un año de desarrollo el 18 de agosto y se estima que su finalización será a fin de año o principios de 2019. En esta oportunidad se presenciaron tres testimonios de profundo contenido, que ayudaron a recordar y a conocer un poco más del horror dictatorial pero también de aquellas historias de lucha y resistencia por un poco de humanidad.

El tribunal estuvo presidido por el Dr. Alfredo Ruiz Paz y se encontraron presentes la Dra. María Ángeles Ramos junto al Dr. Juan Manuel Portela, ambos en representación del Ministerio Público Fiscal, el Dr. Guillermo Torremare, en representación de la APDH, y seis abogados defensores. En esta oportunidad hubo un nutrido grupo de público presente.

“Jorge era mi guía”
El primer testimonio fue el de Ángela Ester Ondicola, quien fuera la novia de Jorge Miguel “el Negro” Toledo, secuestrado el 10 de febrero de 1978 de su estudio contable en Olavarría. Toledo estuvo en el ex centro clandestino “La Huerta” en Tandil y luego de un periplo por varias unidades penitenciarias se quitó la vida en su celda en la Unidad penitenciaria de Caseros el 29 de junio de 1982. 

Fue un testimonio extenso, de aproximadamente una hora, en el que se relataron, con profundo detalle y emoción, los años vividos. “Angelita”, como la nombran sus conocidos, comenzó su relato desde 1972, año en que conoció a Jorge (quien tenía 19 años) y se pusieron de novios. En 1976 Toledo se recibe de contador y pone un estudio contable con un amigo y fue en ese lugar donde lo secuestraron en febrero de 1978. Toledo tenía 25 años.

Ángela contó que la tarde del secuestro lo había ido a buscar al estudio. Al llegar le dijeron que se lo habían llevado en un Falcon verde. Allí mencionó al ex jefe del regimiento, Ignacio Aníbal Verdura, y al ex comisario mayor Argentino Balquinta como los encargados de llevárselo. 

De allí se dirigió hasta la casa de la madre de Toledo para notificarla. Ambas fueron a la comisaría pero no recibieron información, haciéndolas esperar incluso hasta la 1 de la madrugada. “Yo era muy joven y muy inocente. Jorge era mi guía, muy inteligente… Era muy especial”, describió. También contó que al día siguiente fue al Regimiento y tampoco le dieron información. “Con ese apellido no hay nadie”, le dijeron. La misma respuesta obtendría días más tarde en Azul.

El testimonio fue transitado con algo de nerviosismo y mucha emoción. Relató muchas situaciones de incomodidad que sufrió intentando averiguar el paradero de su novio y que en una oportunidad acompañó a la madre de Toledo a Buenos Aires, donde se entrevistó con un militar (mencionó, con algunas dudas, la posibilidad de que esa persona era de apellido Viola). Éste les dijo que Toledo estaba vivo y que “no preguntaran más nada” ya que iba a aparecer. 

En junio de 1978 la familia de Toledo recibió una carta en la que fueron avisados que su hijo estaba en la cárcel de Sierra Chica. A partir de allí, Ángela contó las dificultades que se le presentaron para poder verlo, dado que necesitaba un certificado: primero de concubinato y luego de vínculo parental, lo que los obligaba a casarse. Relató las abusivas requisas que sufrió en cada ingreso a las unidades penales y los trámites que realizó para conseguir los certificados que le habilitaran los ingresos.

La primera vez que Ángela lo vio fue en Sierra Chica. Allí lo noto desmejorado y al preguntarle dónde había estado le dijo que “en un campo” y que “venía de Tandil”. Luego a Toledo lo trasladaron a Azul, más tarde a La Plata y posteriormente, a principios de 1980, a la cárcel de Caseros. Para verlo debía casarse. Pero esto no ocurrió. Esperaban que las condiciones fueran más flexibles y, en palabras de Ángela, “termina el 81 y no había manera de verlo”. La última vez que lo había logrado visitar, apenas unos minutos y de lejos, alcanzó a gritarle “¡Te quiero, voy a volver!”. El 29 de junio de 1982, la familia de Toledo recibió una carta de la unidad penitenciaria en la que les pedían que pasaran a retirar el cadáver de su hijo ya que se había quitado la vida.

“La última burla del servicio penitenciario”
Ondicola contó que dos días después de recibida la carta que anunciaba el fallecimiento de Jorge Toledo, lo velaron en la casa familiar y que durante ese momento alguien golpeó las manos y gritó: “¡Carta, carta!”. Era de Toledo. “Era la última burla del servicio penitenciario”, describió emocionada. Ángela relató que no abrieron el sobre en ese momento, y que cuando lo hicieron, su contenido decía “Mamá, Papá, los espero el 9 de julio…”.

El testimonio fue transitado con mucha emoción e interrumpido por momentos por un juez que, atento a lo que se estaba relatando, tuvo la amabilidad de invitarla a que tomara agua y decida continuar cuando se sintiera tranquila. Ángela dijo que la última carta la había escrito un día antes de su muerte y que no se lo notaba mal pero que entendía que lo habían quebrado. “Yo quería decir que el Estado, la policía, el Servicio Penitenciario, se quedó con alguien que tenía muchísimo potencial pero también se quedó con mucho de mí”, dijo sobre el final de su testimonio.

Ángela describió la cárcel de Caseros como un lugar oscuro, sin sol, cerrado, donde no había aire y que con eso lo quebraron. También dijo que estaba siendo atendido por un psicólogo y que gritaba por las noches. La emoción y el horror del relato, obligó al presidente del tribunal a pedir que sólo se hicieran las preguntas necesarias para evitar una revictimización de la testigo, dado el estado en el que se encontraba por su narración. Pocas fueron las preguntas.

“No me pida los detalles por favor”
Luego de un breve cuarto intermedio se continuó con la audiencia. En esta oportunidad, cerca de las 11.40 de la mañana, brindó testimonio María Cristina Taminelli, secuestrada en 1978 en la localidad de Rauch. Su testimonio no fue propuesto para juzgar su caso sino como testigo de los casos de Mónica Dora Fernández y Susana Beatriz Benini, ambas detenidas ilegalmente en enero del 78 en Olavarría.

Taminelli brindó su testimonio profundamente emocionada, con muchas dificultades para poder relatar lo sucedido sin interrupciones. Contó que compartió detención con ambas estando en la comisaría 1ª de Tandil y en el traslado hasta la Unidad 7 de Azul. 

“Yo había estado detenida en ‘La Huerta’, prisionera… Y me llevan a la Comisaría 1ª. Estuve cuatro o cinco días”, describió. De allí dijo que compartió pabellón con ellas dos y que en otro pabellón estaba Araceli Gutiérrez. “Ahí nos enteramos que todas habían estado en ‘La Huerta’”, mencionó. “Han pasado 40 años y una todavía recuerda horrores, olores y ruidos. Por supuesto que fuimos torturadas… No me pida los detalles por favor”, pidió emocionada Taminelli.

El testimonio brindó detalles de algunos sonidos y recuerdos. Mencionó la existencia de las diferentes guardias que las custodiaban, algunas más benevolentes que otras. Relató que de la Unidad 7 las trasladaron a las tres juntas a Capital Federal y las tuvieron en un lugar que describió como “una casita, todo muy precario”. También hizo mención a los consejos de guerra que les realizaron.

Algunas de las preguntas que le realizaron fueron en la búsqueda de conocer detalles del secuestro de Fernández y Benini, y si tenían algún tipo de militancia política. “Susana Benini hoy no puede estar acá. Susana hoy está en un neuropsiquiátrico pero cuando estaba detenida comenzó a tener algunas actitudes diferentes”, mencionó Taminelli. 

“Yo conocí a un ser normal y hoy no es un ser normal y fue a partir de ahí. He estado con Mónica y sé que ella vivió ese proceso de deterioro mental de Susana”, agregó. Finalmente hizo una reflexión sobre lo difícil que fue reconstruir su vida. “Me quitaron todas las posibilidades y esto creo que tengo el deber de decirlo, por Susana… Ojalá, ojalá se haga justicia, está en sus manos”, culminó.

“Pienso que es primordial hablar de lo que nos sucedió”
Alrededor de las 12 se reprodujo el testimonio de Juan Carlos Butera, el tercero y último del día. Este testimonio fue el que brindó en 2014 en la primera parte del juicio Monte Pelloni realizado en Olavarría. En aquel momento se realizó una video-conferencia desde Montreal (Canadá), lugar donde reside desde 1980. 

En esta oportunidad, en Mar del Plata, algunos de los abogados defensores se retiraron aduciendo otros compromisos y dejaron sus representaciones en otros colegas. Allí se recordó su secuestro el 1º de noviembre de 1977 en la Escuela Comercio donde estaba terminando el secundario. Iba en el horario nocturno y era penitenciario. 

Butera relató que lo llevaron al ex centro clandestino de detención Monte Pelloni y contó las innumerables torturas que sufrió, sobre todo con la saña de saber que era un integrante del servicio penitenciario de Sierra Chica ya que era considerado un traidor. Estuvo detenido en la cárcel de Azul, en la Unidad 9 de La Plata y en la cárcel de Caseros. Contó que su padre y su madre le consiguieron seis visas y que la primera que llegó fue la de Canadá. Por eso, cuando obtuvo la libertad se fue hacia dicho país.

Butera relató que le preguntaron por Maccarini y por Oscar Fernández. Era amigo de ambos y el primero también trabajaba en el Servicio Penitenciario. “Creo que estaban involucrada la policía y los servicios penitenciarios”, mencionó. Sobre el final, Butera hizo mención a su padre y su madre, quienes lograron con sacrificio saber dónde estaba. “Pienso que es primordial hablar de lo que nos sucedió porque lo que sufrimos esta generación no podemos olvidarlo, ni hacerlo olvidar. Porque a partir del momento en que no se hable más, estos asesinos vuelven”, culminó.

Las audiencias se retomaran el viernes 7 de septiembre. Esta fue una jornada intensa, de muchas emociones y dolores abiertos. Muchos de quienes estuvimos presentes en Mar del Plata, nunca habíamos escuchado los detalles de algunas historias. Pero como dijo Butera, sirvió para eso: para no olvidar ni hacer olvidar.

Leandro Lora, Agencia Comunica y Radio Universidad – FACSO

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