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» » Solidaridad priva en medio de tragedia

(08/10/15 - Guatemala)-.Montañas de víveres, agua embotelladas, ropa y hasta juguetes son recibidos en el principal centro de acopio, un galerón contiguo al mercado de Santa Catarina Pinula, municipio a 20 kilómetros al sur de la capital guatemalteca. 

El inmueble parece pequeño ante la andanada de la ayuda humanitaria proveniente de la ciudad de Guatemala –que con los municipios aledaños forma la mayor metrópoli de Centroamérica-, de los departamentos vecinos y de los sitios más lejanos del país.

En la única vía de acceso al centro de acopio hacen filas camionetas particulares que viajaron desde los departamentos de Guatemala, Zacapa, Sololá, Escuintla, Chimaltenango y del lejano Petén, fronterizo con México, entre otros, para dejar su contribución, recopilada a su vez en sus lugares de origen.

En el lugar laboran, de manera voluntaria, cientos de jóvenes estudiantes del lugar y de la capital que cargan pesados bultos y clasifican las toneladas de víveres que llegan al lugar.

Chicos y grandes, de niveles sociales diferentes, colaboran sin descanso con personal de la Municipalidad de Santa Catarina Pinula, efectivos de la policía y de las instituciones de socorro.

Además de productos imperecederos y bebidas, llegan pañales, medicina, peluches, cuadernos para colorear, artículos electrodomésticos y sillas de plástico.

La tragedia revive en un salón comunal de la Municipalidad de Santa Catarina Pinula, frente al centro de acopio, lugar que funge como morgue provisional a cargo del Instituto Nacional de Ciencias Forenses y Ministerio Público.

En la entrada principal del moderno edificio se reciben los féretros, muchos para niños, enviados por autoridades y donaciones de empresas y particulares.

En el centro de acopio, donde se concentra la ayuda humanitaria recolectada a nivel nacional, se clasifica y ordenan los víveres que se distribuyen, por otros voluntarios, principalmente en tres albergues habitados por alrededor de 200 sobrevivientes del deslave.

También se envía al sitio del desastre, la aldea El Cambray II, donde trabajan más de un millar de personas desde las 06:00 horas (12:00 GMT) en la búsqueda y rescate –milagroso a estas alturas- de víctimas, recuperación de cadáveres y remoción de toneladas de tierra.

En otro punto de Santa Catarina Pinula, poblado a unos 20 minutos por carretera del sitio del desastre, amas de casa y chefs trabajan casi todo el día en la preparación de alimentos para sobrevivientes, damnificados y colaboradores.

Humberto López, a cargo de una de estas cocinas, dijo a Notimex que se preparan alrededor de unas dos mil 500 raciones diarias “para los tres tiempos”, desayuno, almuerzo y cena.

Grandes supermercados y empresas multinacionales alimenticias aportan también sus productos e insumos para la alimentación de la población involucrada en la emergencia por el desastre natural.

Las campañas para hacer acopio de víveres, insumos y hasta dinero en efectivo para los damnificados y las labores de rescate son impulsadas por empresas, bancos, las iglesias católica y evangélica, y personalidades del deporte y la farándula local, entre otros.

Clara José y Mayra Alonso, dos humildes mujeres, apoyadas por amigos y familiares, prepararon ollas de frijoles refritos, atole y “chuchitos (tamales típicos) para ofrecerlos a los hombres enfrascados en las labores de localización y rescate de víctimas.

José dijo a Notimex que viajaron en una camioneta de un vecino desde una lejana y populosa colonia de la capital para contribuir con sus alimentos que, tímidamente, ofrecen a los rescatistas, policías, soldados y personal que pasan cerca de su “puesto” de comida.

En el principal albergue en Santa Catarina Pinula, sitio en el que se resguardan unos 161 sobrevivientes, se brindan alimentos, cobijo, atención médica y ayuda psicológica de parte de autoridades pero también de muchos universitarios que apoyan como voluntarios.

Fabiola Pérez, una joven mujer que perdió a sus dos hermanos y tiene una prima desaparecida pero salvó la vida junto con su marido y una hija de siete años, al borde del llanto dice que “quisiera despertar de la pesadilla”.

“No se qué vamos a hacer, el panorama que tenemos es muy negro, pero tendremos que buscar como salir adelante”, dice con una voz apagada y con la mirada perdida en el vacío.

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