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» » Los pesos de la muerte y los medios

(07/04/15 - Opinión Pública)-.En la misma semana en que dos individuos mataron a 13 personas en la redacción de la revista francesa Charlie Hebdo e inmediatamente todos “fueron Charlie”, en el noreste de Nigeria unos dos mil perdían la vida y nadie fue nadie.

Cuando de muerte se trata siempre parecen especialmente vulgares los números porque una sola muerte es toda la muerte y, hasta matemáticamente hablando, hay comparaciones que no se sostienen.

El dolor de una sola pérdida es el de todas las pérdidas. Para una madre la muerte del hijo solo, tiene el mismo “tamaño” que la muerte del hijo junto a otros diez, o doce, o quince mil.

Es ridícula la discusión del número de muertos de una comunidad social o religiosa para que pueda tipificarse el crimen como genocidio.

Es ridícula la discusión de cuántos millones de judíos, exactamente, exterminó el III Reich… como si los márgenes que hacen los dígitos rebajaran grados de horror a la barbarie.

Pero siguiendo el orden de un mundo de valores contables que obedecen a extrañas instrumentaciones, a la racionalidad caprichosa de equivalencias y comparaciones arbitrarias, los hechos recientes solo proponen la “lógica” de que un francés equivale a un centenar de africanos, a algunas decenas cuando menos… quizás equivalencia parecida con los centroamericanos o algunos árabes.Y lo mismo un alemán o un español.

Es lo que sugiere la resonancia mediática del caso Charlie Hebdo y la catástrofe de Germanwings por un lado, y por otro, la que (no) “gozan” crímenes multitudinarios –no poco cotidianos– en rincones “menos centrales” del planeta. Es demasiado desproporcionada la reacción, cuando se supone que la que opera en los ojos de los testigos internacionales es una misma sensibilidad.

Nada nuevo bajo el sol. Una tendencia ya vieja que no deja de manifestarse: la desaparición de más de 200 niñas nigerianas, la masacre de la universidad de Kenya, las guerras todas en Oriente Medio.

Este viernes El País, el mismo diario que hiciera notar hace unos meses que todos sabíamos quién es Teresa Romero –y sabíamos, por demás, quién era su perro– pero no podríamos nombrar ni uno solo entre los miles de muertos por Ébola en África, echa mano de un par de argumentos académicos para explicar el fenómeno:

La información se guía por redes de poder. Proximidad y vías de comunicación con el hecho determinan el eco de la noticia. Por eso 150 muertos en Kenia movilizan menos que 13 en París.

Toda la información es local y si nos hacemos eco de noticias internacionales es por la proximidad y la vinculación que tenemos con esos países, además de por la calidad de la información que podamos obtener.
Son comentarios del periodista Miguel Ángel Bastenier, uno publicado en su cuenta en Twitter, y otro retomado de enero a propósito del desbalance descomunal entre la cobertura a Charlie Hebdo y la ofensiva de Boko Haram.

La piedra angular de esta teoría es la “jerarquía de la muerte”, terminología de los medios anglosajones para designar los diferentes niveles de interés periodístico ante unas víctimas y ante otras. “En esta jerarquía influyen varios factores, que podemos dividir en dos grupos: la proximidad y la calidad de la información”, cita El País:

1. La proximidad. Nos interesa más lo que ocurre en nuestro país y en países cercanos, además de si hay alguna víctima local.

2. La calidad de la información. Son muchos los medios que cuentan con corresponsales o enviados especiales en países europeos y americanos, incluidas las agencias, mientras que se cuentan con menos medios y recursos en países como Kenia, Nigeria o Siria, que a menudo son más peligrosos.

Revisemos un par de matices, también por separado
Proximidad
Es cierto que la muerte de un primo toca más a alguien que la de un desconocido. Pero en modo alguno eso significa que no importen lo mismo. Justo porque importa tanto el nosotros, se respeta el ellos, porque se le atribuye también un nosotros.

El respeto al dolor ajeno y su reconocimiento pasan por el testimonio, por la propia vivencia del dolor. Por otra parte, cuestiono posiciones internacionales, muy globales por cierto cuando de economía de mercado y avanzadas militares se trata. ¿Por qué no puede operar igual en términos de valor noticia, de interés humano?

Calidad de la información
Sí hay menos corresponsables en estos países porque “importan” menos. Pero los guardianes internacionales de la libertad y la democracia nunca han dejado de enviar, bajo argumento de peligrosidad, bombas y soldados a estos “oscuros” rincones.

¿Por qué sí los desplazan al centro de atención cuando son objeto de interés? ¿Por qué nos familiarizan entonces con sus nombres, sus geografías, su historia o lo que hacen de ella?

Hablan, además, de la percepción de una crisis constante, que no merece ya atención, que “no es novedad”, gente convertida en sangre anónima desechable, sombras que viven, a veces, en los noticieros, hologramas en una pantalla, condenados, sin nombre ni historia. Sin relato.

Dice Owen Jones en The Guardian, citado por El País: nos olvidamos de las guerras complejas en países sin peso estratégico. Entonces sí. Hay, expresamente, una balanza cuyo fiel son los intereses. ¿Veremos a los líderes mundiales reunidos en Kenia como en París? No. Cinismo, racionalidad esquizofrénica global contemporánea.

Hace poco más de 24 horas una iniciativa, con la etiqueta #147notjustanumber (147 no es solo un número) intenta poner nombres, fotografías, historias de vida a lo que hasta ahora no ha sido más que una cifra, en el ánimo de hacer honor a la verdad de que detrás del número hay individuos con una vida, personas.

Hebe de Bonafini, líder de las Madres de la Plaza de Mayo, dice en un discurso: “El otro soy yo”. Verse en el otro, sí. Pero en todos los otros, no solamente en algunos.

Nos robaron la mirada (Ricardo Ramírez Arriola)

Con el silencio
nos redescubrimos cómplices de un secular discurso de exclusión.
Hay muertos que no existen…
Por un instante,
en hacedores y reproductores de verdades, de todos los colores,
se redibuja el profundo andamiaje
discriminatorio,
clasista,
racista,
sexista
del que estamos hechos;
donde el silencio por supuesto que es discurso,
es indiferencia,
es complicidad,
es acuerdo tácito,
es beneplácito.
Un discurso donde algunos existen menos que otros,
unos valen menos que otros
o son menos necesarios
o simplemente
no existen.
Un discurso
donde no son lo mismo las muertes africanas que las muertes europeas,
no son lo mismo las muertes “desarrolladas” que las muertes “en vía de desarrollo”;
un discurso que nos explica
por qué tampoco son lo mismo
las muertes mestizas que las muertes indígenas,
las muertes hombres que las muertes mujeres,
las muertes heterosexuales que las muertes homosexuales,
las muertes con o sin discapacidad;
un discurso que nos convence por qué existen muertes que nos deben doler a todos, nos lanzan a la calle y nos conmueven hasta las lágrimas
y por qué hay muertes que no nos deben distraer de nuestro vacacionar.

Quizá, intentando recuperar la capacidad de sentir e indignarnos
que nos es inherente
desde nuestros más lejanos ancestros primigenios,
africanos por cierto,
podamos legar un discurso menos hipócrita,
un discurso diferente.

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