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» » "El Otoño de los Genocidas": un libro sobre la intimidad de los monstruos y la banalidad del mal

(27/04/18 - Memoria Verdad y Justicia)-.“¿Quiénes son los genocidas? Porque más que sus nombres, los sitios donde prestaron servicios y una pequeña parte de sus crímenes, nada se sabe de sus existencias. Como si el pacto de silencio que los une también abarcara tal aspecto. 

¿Acaso son seres monstruosos? Ricardo Ragendorfer exploró semejante dimensión del horror a través de una serie de crónicas publicadas entre 2008 y 2017 en diversos diarios y revistas”, se lee en la contratapa del libro “El Otoño de los Genocidas”, de reciente aparición. La singularidad de esta obra radica en que la mirada de las crónicas apunta a quienes fueron los victimarios de la última dictadura.

Aunque a través de sus páginas, como un silencioso y doloroso telón de fondo, asomen sus víctimas, se pone una luz en aquellos que tuvieron un rol clave y también preponderante en el aparato represivo del terrorismo de Estado.  Las  crónicas, ya publicadas en varios medios nacionales, fueron compiladas con ese hilo conductor: resaltar quiénes son o fueron  esos personajes siniestros que durante años tuvieron poder sobre la vida y la muerte de los argentinos.

Esta antología reúne 20 crónicas sobre la historia, la vida y la llegada a la etapa final de sus vidas de los represores, algunos conocidos y otros no tanto.  Su otoño dice “poéticamente” el escritor, quien, con  un estilo cercanísimo a la ficción relata la intimidad  de estos personajes indisolublemente atados al terrorismo de Estado en la Argentina.
  
“Este libro no fue pensado de antemano con un objetivo específico, ni tampoco existió proyecto previo alguno antes de realizarlo. Estas crónicas son como  ‘bitácoras de coincidencias’, pero también  una suerte de viaje, y son  resultado de mi curiosidad por el horror, es decir por situaciones extremas que  acontecen y de la cual también forman parte los humanos”, señala Ragendorfer.
  
Las  crónicas, cuyos títulos y subtítulos por momentos desopilantes van cargados de una sutil ironía, describen la historia, las particularidades familiares, la intimidad y la fatalidad que encierra cada uno de estos sujetos. Más aún, el autor se encarga de vincular a cada uno de ellos, no sólo con sus jefes de armas directos o con los circuitos represivos de los que formaron parte, sino que también enumera las víctimas que cada uno de estos personajes lleva como una mácula sobre sus espaldas.

En “El Otoño de los Genocidas”, resultado de una investigación exhaustiva, el accionar cruel que los caracterizó como artífices de la represión contrasta con una imagen  de su vida familiar  absolutamente opuesta. Por otro lado, describe  a muchos de estos  sujetos en plena decadencia, no sólo por el pasar de los años, sino por llevar una  existencia ajena a toda connotación ética. La crónica “El Militar que reveló en primera persona los crímenes de la dictadura”, sobre el teniente coronel Eduardo F. Stigliano, es un ejemplo de ello.  

Stigliano, apurando un trámite de pensión militar por  “neurosis de guerra”, concibió uno de los documentos más estremecedores de la dictadura militar, donde,  podríamos decir que,  sin desearlo, rompe el pacto de silencio tan cuidado por los artífices de la dictadura. 

En el informe redactado por Stigliano para obtener dicha pensión, se auto incrimina en 53 asesinatos; confiesa su rol en los secuestros y ejecuciones callejeras de dos jefes de la organización Montoneros y  revela fusilamientos ante la presencia de jerarcas militares del área, dejando al descubierto  la estructura de Inteligencia que actuaba en Campo de Mayo. 

Lo cierto es que el teniente coronel, ante la indiferencia de sus superiores y casi inválido, pateó el tablero con el único fin  de acelerar los trámites de su retiro. Pero el arrepentimiento por lo hecho no formaba parte de sus intenciones.
  
La crónica que sigue, “El Coronel brasileño que se especializaba en secuestrar montoneros”, íntimamente relacionada con el  caso de Stigliano, cuenta la historia del coronel (RE) del Ejército brasileño Paulo Malhaes (primer  represor de Brasil que admitió haber participado en  secuestros, asesinatos y torturas durante la dictadura en ese país (1964-1985). 

Malhaes, tras confesar sus crímenes, fue asesinado en un presunto robo. Este oficial brasileño fue uno de los actores relevantes del Plan Cóndor y sus dichos pusieron al descubierto  detalles desconocidos de ese plan terrorista que unió a las dictaduras americanas del cono sur. 

La historia de Malhaes se entrelaza necesariamente con la de Stigliano. Ambos están relacionados con la desaparición de Horacio D. Campiglia, uno de los responsables de la llamada Contraofensiva montonera, tal cual relata Stigliano en su informe para solicitar la pensión. 

Malhaes reconoció también ante la Comisión de la Verdad en Brasil haber intervenido en el secuestro de dos militantes argentinos capturados en Rio de Janeiro en 1980; el mismo operativo en el que  Stigliano estuvo al mando en el aeropuerto de Rio, donde Domingo Campiglia y Mónica Susana Pinus fueron bajados a golpes de un avión. “El pecado de la indiscreción había vuelto a reunir a ese sujeto con Stigliano…” enfatiza Ragendorfer al final de esta crónica. 

Cabe aquí una pequeña reflexión acerca de lo que se conoce como “pacto de silencio” de los genocidas. En los casos arriba mencionados, esas rupturas no fueron más que errores por indiscreción. El pacto, que sabemos no ha sido roto, constituye todavía una forma de ejercer poder de quienes fueron responsables de secuestros, torturas y asesinatos durante la última dictadura. 

Estos sujetos de los que habla el libro de Ragendorfer, aunque carecen de poder político, detentan un lamentable poder residual sobre las víctimas y sus seres queridos. Ellos saben algo que nunca van a decir, porque decirlo aliviaría un enorme dolor a los seres queridos de quienes están desaparecidos. Es el poder de aplicar más dolor, lo cual por supuesto los convierte aún más en seres completamente despreciables.

En esa línea se ubican también las otras crónicas de “El Otoño de los Genocidas”, dando luz, valga la paradoja, a la  oscura existencia a estos sujetos, incluso en el final de sus vidas. “Personajes mediocres y absolutamente imbéciles. Primero, tienen una personalidad psicopática muy grande, una vez despojados de sus actividades represivas y una vez caído el paraguas institucional que justificó ese proyecto, estos tipos psicológicamente quedan a la intemperie. Terminan muy locos”, dice en 
algún momento Ragendorfer.

Así, las crónicas de "El Otoño..." nos introducen en una suerte de recorrido estremecedor por las vidas de estos jerarcas de la dictadura más feroz que vivimos en nuestro país. La primera de estas crónicas hace referencia a Albano Harguindeguy, en un capítulo que lleva el risueño título de "Albano a la hora del té" y que relata el encuentro con el periodista semanas antes de su muerte: el temible Ministro del Interior de la última dictadura que gozando del privilegio de la prisión domiciliaria devoraba las masitas que el mismo Ragendorfer había llevado en la visita, para tomar el té.

Sigue, en el orden con que va presentando las crónicas su autor, la historia de Orlando “Hormiga” González, fotógrafo de la ESMA que tomaba imágenes de mujeres detenidas-desaparecidas y por las cuales ganaba premios sustantivos. 

Después, la crónica sobre Hugo Ezequiel Lezama y su hija desaparecida en un escándalo de orden familiar. Lezama supo ser director de Convicción, el diario con el que el almirante Emilio Eduardo Massera pensaba basar su lanzamiento político. 

Da luz Ragendorfer a otras historias como la de  Luis Zamboni, joven militante en su momento de la Falange de la Fe y hallado asesinado en 1982, por un ajuste de cuentas vinculado al negocio del oro. También a la caída en Bolivia  del “Klaus Barbie argentino”, el teniente coronel Luis Baraldini, conocido como el ‘carnicero de la Pampa’ y envuelto en golpes militares en el país del Altiplano y hasta en un complot contra su actual presidente Evo Morales.

Valen más comentarios para la crónica sobre el famoso espía chileno Enrique Arancibia Clavel y su  fatal desenlace, apuñalado por un joven de 21 años que era su pareja en abril de 2011. Ragendorfer pudo entrevistarlo antes y en distintas oportunidades. 

Arancibia  es un caso de enorme importancia en relación con su archivo, valiosa documental que fuera encontrada en el momento de su detención en 1978, con motivo del conflicto con Chile acerca de los límites en el canal de Beagle.

Esto permitió el encuentro de de una importante documentación conocida como Archivo Arancibia Clavel, donde con extrema precisión el espía y luego ex espía de la DINA  detalla las tareas realizadas por la inteligencia pinochetista en territorio argentino, donde se verifica su responsabilidad en el asesinato del General Chileno Carlos Prats y de su esposa Sofía Cuthbert en Buenos Aires, 1974.

Ya saliendo del orden en que Ragendorfer ubica las crónicas, destacamos la que narra la intimidad de los últimos años de vida de Emilio Eduardo Massera, aquel ‘Comandante Cero’ de la ESMA. “Un marino que cambió el uniforme por un pañal geriátrico”, leemos en un pasaje. No se detiene Ragendorfer en la ridiculización de los otrora temibles jerarcas dictatoriales. Hace también un memorable recordatorio de cómo Jorge Rafael Videla fue pergeñando junto a sus colegas el plan sistemático de exterminio que asoló el país en aquellos años del terror estatal.

Las diez crónicas restantes, que no comentamos aquí por falta de espacio, no son menos siniestras. Refieren a Julio A Cirino, por ejemplo, uno de los secretos mejor guardados de la dictadura; a Mario Mingolla, que pasó de agente de la parapolicial CNU a Arzobispo de la Iglesia Ortodoxa Bielorrusa Eslava;  al General Carlos Alberto Martínez, diseñador del plan golpista de 1976 y arquitecto de la represión ilegal, fallecido en 2013 sin mayores repercusiones y cumpliendo con un arresto domiciliario por orden del Juez Daniel Rafecas; la del Comisario Edgardo Mastandrea que alardeaba en distintos programas de TV y que fuera reconocido por una de sus víctimas; la de los secuestradores extorsivos del terrorismo de Estado Rubén Bufano, Luis A. Martínez y Leandro Sánchez Reise, quienes recaudaban fondos para el Batallón 601, autoinculpados en la desaparición del escritor Haroldo Conti, una historia que ilustra  cómo ciertos cuadros medios de la represión lograron reciclarse una vez concluida la dictadura. 

Así transcurren las crónicas, en un relato que alumbra sobre la connotación horrorosa de la humanidad penosa y psicopática de estos sujetos. Seres que de algún modo encarnan la banalidad del mal. No es casual que el autor utilice como marco para este trabajo el pensamiento de la filósofa  alemana Hannah Arendt. Los protagonistas de estas crónicas no son más que personas comunes y allí es donde se encuentra la clave de la monstruosidad de sus vidas. Después de torturar en las mazmorras de la 
dictadura, volvían tranquilos a sus hogares, como quien vuelve de cualquier otro trabajo a su hogar. 

El libro fue presentado el pasado 20 de abril en el Centro Cultural Haroldo Conti del Espacio de Memoria ex ESMA por Luciana Bertoia (politóloga) y Juan Pablo Csipka (periodista), que dialogaron con el autor. “Además de constituir en sí mismo una lección de crónica periodística”, el libro  en palabras de Bertoia, es un  “acercamiento al monstruo, lo que no quiere decir que ese acercamiento sea empático”. 

El debate, donde participó parte del público presente, suscitó distintas reflexiones, acerca de conceptos como el ya citado de Hannah Arendt sobre la ‘banalidad del mal’. 

Ragendorfer cerró el encuentro enfatizando sobre la importancia de conocer a estos personajes. “Darles el micrófono no los legitima -dijo- sólo es un modo explícito de mostrar cómo son. Para saber lo que pasó en este país y para saber lo que mueve el horror en el mundo hay que observar también  a sus hacedores. El objetivo es entrevistar a estos tipos como son, teniendo  en cuenta que ellos hasta cuando hablan del clima ya muestran cómo son. Por los juicios a los que fueron sometidos, ya sabemos lo que estos genocidas hicieron. Por lo tanto, yo no necesitaba que me describieran los crímenes que cometieron. Eso no es ningún secreto. A mí me interesaba explorar otro corte de sus personalidades y de sus historias”.

Por María Freier

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