Select Menu

Municipios

Latinoamerica

Sociedad

.

.

Argentina

.

Deportes

Internacionales

Cultura y Educación

» » El torturador que llevaba trabajo a casa

(02/08/15 - Lesa Humanidad)-.La Ochoa, la casa de fin de semana del comandante del Tercer Cuerpo, a pocos kilómetros del centro clandestino La Perla, fue también un reducto de desaparición, tortura y fusilamientos durante la dictadura. 

Pero todavía se sabe muy poco de lo que pasó en ese predio. Infojus Noticias viajó hasta el lugar acompañado de Luis Gerchunoff, hijo de Salomón, uno de los dirigentes más importantes del Partido Comunista de Córdoba que estuvo secuestrado allí.

Una radio a todo volumen astilla el silencio habitual de la sierra cordobesa y Luis Gerchunoff tira por la ventana la colilla de un cigarrillo. Está inquieto. Con 53 años, se dirige por primera vez a la estancia “La Ochoa”, donde Luciano Benjamín Menéndez mantuvo cautivo, torturado, desecho, a su padre Salomón Gerchunoff. Lo acompañan un capitán del Tercer Cuerpo de Ejército, su chofer, y un equipo de Infojus Noticias que ha llegado hasta ese lugar, a ocho kilómetros del centro clandestino La Perla.

La “Casa de piedra” –como la llaman los lugareños- se alcanza tras unos 12 kilómetros de camioneta por sendero de tierra. El casco, donde el ex general Menéndez descansaba y montaba a caballo los fines de semana, surge de repente entre espinillos, mollares y algarrobos blancos, como una aparición medieval. Es una casona de tres plantas y paredes íntegramente en piedra, con la suite más alta en torre, coronada con un escudo de armas, portones de hierro y una pileta alimentada por un arroyo natural.

—Pudo haber sido acá— murmura Luis, ya en el lugar, asomado en puntas de pie a una de las ventanas que dan al subsuelo. Hay dos habitaciones de servicio  comunicadas con una cochera. 

Camina por el perímetro pero no puede entrar: a pesar de la autorización del juzgado federal de instrucción 3 de Córdoba, a cargo de Miguel Hugo Vaca Narvaja, el capitán designado por el coronel Juan Domingo Gómez Olmos no tiene la llave.

El predio del Ejército es tan grande que ocupa una superficie similar a la ciudad de Córdoba. De las 14.000 hectáreas que ocupa, 11.000 están afectadas a la Reserva Natural de Defensa de la Calera. 

Hoy en día es un campo de adiestramiento militar. En el mismo predio, a una decena de kilómetros de distancia, está La Perla, el campo de concentración más grande de la provincia, donde fueron asesinados entre 2.500 y 3.000 personas. 

—María, una de mis hijas, ayer me preguntó por qué venía, si no me iba a hacer mal –cuenta ahora Gerchunoff-. Y yo le decía que no, que tengo que dejar de imaginarme el lugar por dónde pasó mi padre, y su abuelo: volverlo tangible. Así uno va cerrando incertidumbres.

Rumores y misterio
Durante el juicio oral por los crímenes de La Perla, que lleva más de dos años de audiencias, muchas veces se mencionó a la estancia La Ochoa. Pero los recuerdos siempre son difusos y están rodeados de misterio. 

El primero en nombrar el predio fue Héctor Ángel Teodoro Kunzmann, el 7 de marzo de 2013. Cuando le preguntaron por “la casa de piedra”, Kunzmann respondió que “sabía de la existencia de ese lugar, nunca estuve, pero escuché que cuando llevaron algunos abogados de derechos humanos o del PC habían usado ‘la casa de piedra’”. 

Esa fue la historia que asomó, por episodios, en el juicio: un grupo de abogados comunistas llevados para tratar cara a cara con Menéndez.

Otros testigos fueron agregando datos: María Patricia Astelarra habló de una matanza de cuarenta prisioneros en enero o febrero de 1976. Cecilia Suzzara habló de un campo de simulación donde los soldados eran engañados haciéndolos creer que estaban en manos del enemigo. 

Pero quién dio el relato más espeluznante José Julián Solanille, un arriero que habitaba los campos del Tercer Cuerpo: “Vi a Menéndez dándole órdenes (a un batallón de fusilamiento) para que dispararan a las personas. Yo estaba escondido con un amigo en una lomita y pudimos verlos. Eran más de cien jóvenes, muchos con los ojos tapados, con las manos atadas... Otros hasta los pies atados tenían. Les disparaban y caían en un pozo que les habían hecho cavar".

El 21 de octubre de 2014, el Equipo de Antropología Forense encontró huesos astillados y quemados, partes de cráneos y un pedazo de tela de color blancuzca en los viejos hornos de cal, un kilómetro más arriba de la ubicación de la estancia. 

Después del cotejo de ADN, se determinó que se trataba de Lila Rosa Gómez Granja, Alfredo “Freddy” Sinópoli –novio de Lila-, Ricardo Saibene y Luis “Lucho” Santillán. Eran cuatro estudiantes desaparecidos la mañana del 6 de diciembre de 1973.

Viaje al fin de la noche
A Salomón Gerchunoff, abogado que defendía a obreros y presos políticos, lo detuvieron una noche de mayo de 1977. Se bajaron de siete a nueve hombres, de civil, y desenroscaron el foco del palier. 

Beatriz, la mayor, se estaba bañando. Roberto estaba en su habitación. Luis, Ana y Nora pasaban el tiempo. Salomón estaba en casa porque se había esguinzado el tobillo jugando al fútbol y le habían ordenado reposo. Luis escuchó el timbre y algo intuyó. Tenía 15 años.

—Policía Federal— dijeron.

Le avisó a su padre. Que los hiciera pasar, le respondió Salomón. Los hombres se quedaron en el living hasta que llegó el jefe de familia, rengueando. Estaban tranquilos.

—Doctor, nos va a tener que acompañar.

Uno mostró una credencial. Salomón pidió unos minutos para vestirse. Aceptaron.

— ¿Por qué renguea?

La explicación los conformó. Uno lo acompañó hasta la habitación mientras otro revisaba cansinamente la casa. Cuando se retiraban, sus cinco hijos se agolparon alrededor de los intrusos, preguntando dónde lo llevaban y cuándo lo iban a volver a ver.

—Ya van a tener noticias de él.

Un rato más tarde volvieron a allanar la casa, ahora con más ímpetu: buscaban armas.

El trato amable contra Gerchunoff se terminó a bordo del auto. Lo vendaron y lo golpearon. 

Según la narración de Salomón –la volcó en una denuncia civil de daños y perjuicios-, lo llevaron unas horas a La Ribera y después a La Perla, donde estuvo unos 50 días. 

“Nunca contó demasiado. Después nos fuimos enterando de simulacros de fusilamiento y de lo tremendo de los traslados”, cuenta ahora su hijo. 

Las noticias llegaron en la navidad del ’77, cuando el director de la penitenciaría de San Martín reconoció que estaba preso allí. Después pasó por distintas cárceles –San Martín, Sierra Chica, La Plata, Caseros, otra vez La Plata-: cada traslado era una tortura brutal. En 1981 lo dejaron en libertad.

A Gerchunoff le habían avisado unos minutos antes que iban a apresarlo. Estaban amenazados por la Triple A, y habían descubierto que “Cacho” de la Peña, un compañero de militancia, no había muerto durante un robo sino a manos de personal del Tercer Cuerpo. 

Cuando recibió el llamado, Gerchunoff dudó qué hacer, pero finalmente se quedó porque si no lo encontraban a él se iban a llevar a sus hijos. Sólo pudo avisarle a su mujer Eva Maltz, arquitecta y comunista, que no volviera.

—Creo que todo el tiempo que mi padre estuvo en La Perla estuvo ahí— dice ahora Luis, sin certezas, casi pensando en voz alta—. Él nunca contó.

El sótano
Salomón preservó a su familia del martirio del cautiverio, y de lo que pasó en el sótano hediondo de la estancia de Menéndez. 

Quien sí lo relató fue Piero Di Monte, uno de los sobrevivientes que más tiempo pasó secuestrado por el Tercer Cuerpo, primero para el libro “La Perla” -escrito por los periodistas Alejo Gómez Jacobo y Ana Mariani- y después en una declaración judicial estremecedora que duró más de seis horas.

— Yo lo vi a Gerchunoff. Estaba en muy mal estado, maltratado, en un camastro en La Ochoa.

Di Monte había sido llevado a La Ochoa para asistir al chef en una cena que ofrecía el dueño de casa. 

Piero recordó que allí encontró a otros secuestrados, Osvaldo Pinchevsky y Gustavo Contepomi, y que cambió con ellos algunas palabras. 

Después le ordenaron que juntara pasta con carne en un plato y la llevara a un cuarto cerrado del subsuelo. Allí, tirado sobre una cama, vio a Salomón Gerchunoff.

—Le di de comer en la boca y hasta le acaricié el pelo. Le dije ‘no tenga miedo, no lo van a matar’. El me miró con cara de no entender. Lo que él no sabía es que tal vez de la estancia salía. De La Perla no.

Salomón Gerchunoff murió en 2002, después que su esposa y antes de la reapertura de los juicios. Hoy su hijo lo recuerda como un hombre recto y parco.

—Era un tipo de campo, judío. Digno, dignísimo. Expresaba el afecto de una manera muy particular. Para él vos tenías que estudiar, militar y trabajar. El partido para él era prioridad uno; después venía la familia.

La biblioteca oculta
En 1980, trastornada por la ausencia forzada de su esposo y casi en bancarrota, Eva decidió vender la casa del Parque Vélez Sarfield de dónde se habían llevado a Salomón. Habían tenido que dejar hasta la perra. 

En una baulera del baño, disimulada con una pared falsa, habían empotrado la biblioteca familiar. El nuevo comprador nunca les había permitido recuperarla. En 2008, una inquilina que había oído rumores de su existencia, se cruzó por casualidad a una de las hermanas y los invitó a señalarla.

Veintiocho años después, los hijos y los nietos de Salomón buscaron el tesoro olvidado en el doble techo del baño. Entre las piezas reaparecidas hubo una que hizo lamentar mucho a Luis la partida de su padre. Un folleto con la “Oda a la mariposa” y la “Oda a la pantera negra” de Pablo Neruda, impresa en 1956. Ese año, en plena dictadura de Lonardi, el poeta chileno se había exiliado en una legendaria estancia de Totoral, frecuentada también por Gerchunoff.

Luis exhibe ahora el ejemplar 44 de una edición de medio millar. Lleva la firma de puño y letra de Neruda, y una dedicatoria. Está orgulloso.

—Uno se lo dedicó a mi papá.

*Por: Laureano Barrera, Infojus Noticias
Fotografía: Leo Vaca

«
Siguiente
Entrada más reciente
»
Previo
Entrada antigua