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(16/11/15 - Libros)-.En “Adolescencias Contemporáneas. Un desafío para el psicoanálisis”, la especialista María Cristina Rother Hornstein compila una serie de trabajos que estudian la problemática que los adolescentes de esta era representan para muchos especialistas en salud mental, apoyándose fundamentalmente en la práctica inventada por Sigmund Freud, considerado por muchos el padre de psicoanálisis.

El libro, publicado en la colección FUNDEP por Psicolibro ediciones, está compuesto por trabajos de Luis Hornstein, Susana Sternbach, Hugo Lerner y la propia compiladora.

La compiladora de los trabajos que componen el libro, María Cristina Rother Hornstein es médica, egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA); es miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), y miembro pleno de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
¿Por qué cree usted que las adolescencias contemporáneas son un desafío para el psicoanálisis
Pensar la adolescencia es indagar sus códigos, propios de cada época, de cada generación, de cada subcultura. 

¿Cómo incluir los efectos de los cambios de lo histórico social en las configuraciones subjetivas? 
Los adolescentes y los jóvenes son un desafío para sí mismos, para las generaciones que los preceden, padres, educadores, profesionales de la salud y para la sociedad. 

Las adolescentes actuales están inmersos en la revolución informática. No es menor el impacto en las maneras de vincularse con los congéneres, con los adultos, con el aprendizaje, con el saber, con las nuevas formas de comunicación, con el mundo… ese mundo que cambió tanto que los jóvenes deben reinventar todo: una manera de vivir juntos, instituciones, una manera de ser y de conocer…(Serres, 2012) Estos nativos digitales del siglo XXI piensan y procesan la información de manera significativamente diferente a la de sus mayores, los inmigrantes digitales, padres, maestros, educadores que al igual que cualquier inmigrante han tenido que aprender todo -cada uno a su ritmo- adaptarse al entorno  teniendo como referente su pasado. Y no se trata sólo de diferencias que refieren a la estética, a la indumentaria, al estilo, que siempre fueron marcas de alteridad generacional.

Más complejo y trascendental: una discontinuidad que constituye una alteridad; motivada, sin duda, por la veloz e ininterrumpida difusión de la tecnología digital, que aparece en las últimas décadas del siglo XX. Esos adolescentes en la búsqueda de consolidar su identidad, se rebelan, propician ideales y sufren para apropiarse de las herramientas que encuentran a su paso -cuando se enfrentan con experiencias significativas- confrontando a sus mayores. 

Desafío al que nos enfrentan al lidiar con la irreverencia, las transgresiones, los padeceres, pero también con esa vitalidad estimulante que transmiten. Acompañarlos es posibilitarles el despliegue de la creatividad y las inteligencias singulares y amortiguar así, ciertos aspectos de la violencia propia del estallido juvenil, contribuyendo a que los procesos de aprendizaje introduzcan solidez en el desarrollo de la cultura.

Como psicoanalistas es importante estar alertas a los riesgos que hacen de la adolescencia un tiempo vulnerable por esa mezcla de omnipotencia y desvalimiento. Alertas para contenerlos y acompañarlos en el proceso de encontrar cada uno su camino. 

La propuesta de este libro es dejar abiertas cuestiones para seguir interrogando las problemáticas que hoy aquejan a padres, hijos, educadores, profesionales de la salud, que parecen habitar -a veces- mundos tan disímiles que desvanecen el diálogo y la comunicación.  

¿Cómo serán las nuevas subjetividades que se instituyen bajo el sesgo de aceleradas transformaciones de valores, de ideales, de modas, de códigos que impactan recursivamente en la cultura?

En cualquier caso, ¿cómo define al adolescente, teniendo en cuenta que Freud, referencia obligada de este libro, prefiere usar la palabra púber y adolescencia sólo aparece en sus escritos pocas veces, casi como un caso clínico?
Pubertad y adolescencia no son lo mismo. Pensamos la adolescencia desde tres puntos de vista: biológico, sociológico y psicoanalítico. Desde lo biológico, la pubertad es el momento vital en que el cuerpo impone su presencia. Se desarrollan los órganos genitales, aparecen las diferencias anatómicas femenino/masculino. Veremos luego que podrán o no estar acompañadas de la diferencia de género y de la elección sexual. 

Las niñas tienen las primeras menstruaciones, los pechos crecen, las caderas se ensanchan, aparecen sensaciones corporales difusas pero que estimulan la seducción y la vergüenza. Los varones tienen sus primeras erecciones con eyaculación. Desde el punto de vista biológico, la adolescencia indica el advenimiento de un cuerpo sexualmente maduro con capacidad para la procreación.

Desde el punto de vista sociológico, la adolescencia es cultural. A lo largo de las generaciones y en las diferentes culturas se le otorga un lugar a la misma. Los ritos de iniciación difieren en cada cultura. 

Desde el punto de vista psicoanalítico, la adolescencia no es un estado sino un proceso, y en ese proceso están en juego: lo pulsional, las representaciones y los soportes objetales y narcisistas. Ambos, en sus modificaciones, reconfiguran el edificio identificatorio y la subjetivación. La pubertad con los cambios corporales y el embate pulsional como momento es un punto de bifurcación que abre una serie de posibilidades. 

La explosión hormonal neurológicamente programada es un gatillo biológico que contribuye a disparar una serie de trabajos psíquicos desconocidos hasta ese momento.  La pulsión encuentra su fin pero está todavía lejos de encontrar sus objetos sexuales. Tal el trabajo de la adolescencia. No es que cesen los procesos iniciados en la pubertad sino que se tramita el pasaje de los objetos prohibidos (mamá, papá, hermanos) hacia los exogámicos.

Esos trabajos simbólicos propios de la adolescencia, las reorganizaciones que coronan la constitución de lo reprimido y que llevan las marcas de la historia intervienen en la consolidación del narcisismo y del espacio identificatorio. 

Trabajo de resimbolización necesario que se pone en movimiento a partir de la pubertad  que se da sobre el cuerpo biológico en el que operan los códigos, los modelos, los ideales, sociales y culturales propios de cada época y sobre las identificaciones que fueron configurando el yo y el superyó hasta ese momento. 

Se trata de dar cuenta del proceso adolescente desde el paradigma de la complejidad eludiendo reduccionismos (biologistas, sociologistas, psicologistas). El adolescente extrema defensas diferentes del polimorfismo defensivo de la infancia.

El punto de partida insoslayable es una lograda identificación simbólica que le dé la certeza de ocupar ciertas posiciones identificatorias. Un sentimiento de continuidad de sí le permitirá encarar nuevos vínculos que (al igual que con las relaciones primarias) le reaseguren ser sostén de deseos, placeres y proyectos. 

Juego dinámico entre pasado, presente y futuro  que depende de los éxitos o fracasos del trabajo de la represión, legado parental que se inscribe en el niño desde el primer sorbo de leche. ¿Será capaz la psiquis de elaborar, a partir de las representaciones a las que tuvo que renunciar, otras representaciones a las cuales ligar el afecto?

Ese adiós al peregrino, ¿no parece una despedida algo apresurada? ¿A qué identifica usted como peregrino?
Peregrino (del lat. peregrīnus) se refiere en su significado más clásico al viajero que, por devoción o por voto, visita un santuario o algún lugar considerado sagrado. En su acepción más general es todo aquel que anda por tierras extrañas. La concepción de la vida del hombre como una peregrinación es común a muchos pueblos y tradiciones. 

De hecho, el camino constituye una de las cuatro o cinco metáforas primordiales, pertenecen al acervo cultural de todos los tiempos. Símbolo arquetípico, presente ya en las civilizaciones más antiguas y en la psique profunda de los seres humanos, y que se refleja en expresiones cotidianas relativas al llamado camino de la vida. Eso permite definir al hombre como un animal itinerante.

De allí que la consideración de la vida como peregrinación se vincule en muchas culturas y religiones con la idea del origen transcendente del hombre, al tiempo que se consideran los tropiezos y caídas de los caminantes como una representación de sus fallos, carencias y errores. 

El modernismo, que podríamos llamar tiempos utópicos en que se creía en la victoria final. La vida parecía más simple, porque, como en un western, creíamos saber quiénes eran los malos. En la posmodernidad se rechazan las certidumbres de la tradición y la costumbre, que habían tenido en la modernidad un papel legitimante. 

Se han disuelto los marcos tradicionales de sentido. La modernidad construía en acero y hormigón; la posmodernidad construye en plástico biodegradable. Un mundo construido con objetos duraderos fue reemplazado por productos descartables destinados a una obsolescencia inmediata. No hace falta ser creyente para sentir que el hombre es un peregrino sobre la Tierra.

Para los peregrinos la verdad es, como el horizonte, distante en el tiempo y el espacio. La distancia entre el verdadero mundo y este mundo está constituida por la discordancia entre lo que debe alcanzarse y lo que se ha logrado. En la vida posmoderna se evitan los compromisos de largo plazo: no atarse al lugar ni controlar el futuro. Se amputa el presente de la historia, y el tiempo es un presente continuo. 

El peregrino fue la metáfora para la estrategia de la vida moderna, el paseante, el vagabundo, el turista y el jugador proponen las metáforas de la estrategia posmoderna. El paseante alterna entre extraños y es un extraño para ellos. 

El vagabundo no tiene un itinerario anticipado: su trayectoria se arma por fragmentos. Cada lugar es una parada transitoria, y sólo decide el rumbo cuando llega a una encrucijada. Como el vagabundo el turista está en movimiento. Es un buscador de experiencias y novedades. 

A diferencia del vagabundo, el turista tiene un hogar; en otra parte existe un sitio acogedor al cual es posible retornar. Para el jugador nada es predecible ya que su mundo está plagado de riesgos y de una sucesión de juegos. Las cuatro estrategias de vida posmodernas comparten la tendencia a fragmentar las relaciones humanas; todas atentan contra los deberes y obligaciones. Privilegian la autonomía en oposición a las responsabilidades morales.

¿Qué novedad teórica y clínica introduce este libro en el tratamiento del adolescente?
Un psicoanálisis contemporáneo, abierto a los intercambios con otras disciplinas y al desafío que impone cada coyuntura sociocultural sin perder especificidad ni rigor exige retrabajar los fundamentos metapsicológicos y clínicos como punto de partida y reelaborarlos con propuestas que abreven en esa multiplicidad de discursos y en los propios. 

El requisito es un pensamiento teórico siempre anclado en la clínica, que sea capaz de desafiar los dogmatismos y las falsas certezas con las que se manejan algunas teorías psicoanalíticas, y que se actualice para no perder vigencia. Actualizarse en su práctica y en el uso de dispositivos terapéuticos. Actualización versus esclerosis, redundancia, simplificación.

En la introducción de este libro nos referimos a la importancia de sostener las fronteras interdisciplinarias que posibiliten la circulación de ideas, ensanchar el horizonte panorámico donde las mismas trasciendan y eviten que el rigor científico se transforme en rigor mortis, esto es, cuando la pureza vela por el aislamiento y eliminación de cualquier presunta impureza. 

Es cuando la tradición se convierte en prohibición de cambio. El observador, para las ciencias clásicas, era un obstáculo en el trabajo de investigación. Para las contemporáneas, es una variable a tener en cuenta. 

Como psicoanalistas hoy pocos dudarían de que en el devenir del proceso analítico intervenimos implicados con nuestra subjetividad. Tanto en su constitución como en el devenir, si el sujeto es pensado como sistema abierto, determinismo y azar se articulan con otras nociones que fueron antagónicas para la lógica clásica (realidad y representación, orden y desorden, permanencia y cambio, determinismo y azar). 

Múltiples respuestas a una misma problemática es a lo que nos enfrenta la clínica y la práctica actual. Trabajamos con los vínculos, con la complejidad del entorno y con los conflictos puntuales. Nos enfrentamos con obstáculos técnicos y teóricos, que exigen un ejercicio de interrogación permanente y aceptar la incertidumbre. 

Cuando hablamos de complejidad, no se trata de una meta a la que intentamos llegar sino a una forma de cuestionamiento, de indagación, de interrogación. La complejidad con que abordamos estos interrogantes no es una opción técnica. Es una posición epistemológica en la que se conjugan de múltiples maneras los distintos niveles del cambio.

Explorar sus articulaciones, construir itinerarios según las problemáticas particulares que se presenten en cada indagación específica es lo que hacemos en la clínica. La complejidad así pensada es una elección que abarca tanto el plano cognitivo como el ético, el estético, el práctico y el emocional. Una forma de pensar compleja supone que el método incluya iniciativa, invención hasta devenir estrategia. La estrategia acepta la incertidumbre. 

El proceso psicoanalítico es creación a partir del encuentro de dos sujetos. Dos historias que intervienen en un diálogo que privilegia la singularidad del paciente. La transferencia y la contratransferencia se articulan y se construyen en ese encuentro. Cada pareja terapéutica es única y, más allá de la problemática del paciente y de la propuesta metapsicológica del psicoanalista, ambas subjetividades sufrirán procesos de transformación reciproca en el camino que emprenden conjuntamente. 

El trabajo con niños, púberes, adolescentes, crisis vitales, patologías del narcisismo, requiere de nosotros técnicas heterodoxas, intervenciones de urgencia y hasta prótesis. Apelamos a diferentes recursos, en función del paciente y de su problemática con diversos dispositivos. El modelo con el cual pienso los conflictos adolescentes no es el de la lengua, sino de fuerzas.

Esas fuerzas son: las pulsiones, los ideales, la realidad, los traumas. Evito así dos peligros: una teoría traumática simplista (que elimina la recursividad en la causalidad psíquica) y el idealismo de pensar el mundo fantasmático sin tener en cuenta las reactualizaciones que sobre la realidad psíquica genera la realidad material. 

La cuestión pasa por acompañar al paciente en sus tiempos y en lo que es capaz de comprender de lo que le decimos, permitirle elaborar e integrar dentro de un proceso de regresión-progresión, pasar de lo más superficial a lo más profundo, para evitar resistencias inabordables, quebrantos psicóticos, psicosomáticos y psicopáticos.

El analista escucha, contiene, interroga, oferta un potencial sublimatorio, cuestionador, interrogante; oferta identificantes de los cuales el analizando se apropia o no, metabolizándolos de acuerdo a su organización psíquica singular. Si insisto en la cuestión de la singularidad para la elección de dichas herramientas es porque no se trata de interpretación o silencio, o interrogación, o acción, sino de los efectos que suponemos en cada analizando cuando llevamos a cabo diferentes acciones. 

En patologías graves (y a veces en pacientes neuróticos) el transcurrir de un análisis tiene momentos en los que no cabe ninguna interpretación. Momentos límites de profunda angustia, desolación, extrañeza, en que la palabra -como dije antes- no es comunicación, sino acto, grito de dolor, de muerte. Las intervenciones que estas situaciones requieren no son extra analíticas sino bien analíticas.

Hay que preservar el investimento de la relación analítica y suelen servir de válvula de escape a los movimientos pulsionales al borde del estallido. Estas intervenciones se traducen por palabras de aliento, de reconocimiento del sufrimiento, palabras que testimonian de nuestra presencia frente al sentimiento de soledad desesperada que vive el sujeto, que valorizan su discurso, pero a veces dejan pasar nuestra irritación, fatiga, agresividad, enojo. 

Estas intervenciones, contrariamente a la interpretación, no dependen directamente de la palabra del paciente sino de nuestra manera de reaccionar, de sentir, de dar lugar o rechazar las manifestaciones de la transferencia. Hasta cierto punto elegimos, según las vicisitudes de nuestros propios análisis y la amplitud de nuestras lecturas. Elegimos no ser un psicoanalista robotizado, sordomudo, invasivo. 

Debemos repensar a qué llamamos neutralidad psicoanalítica, repensar si la anulación subjetiva del terapeuta es realizable en la práctica. A la vez, debemos cuidarnos de que no irrumpan masivamente, con el paraguas de la transferencia, valores personales, violencias y abusos de poder. Toda intervención requiere una neutralidad benevolente, una escucha comprensiva que invite a un diálogo y no a un monólogo. Para ello proponemos un método aceptando que para el despliegue de su dramática el paciente hace y dice lo que puede.

Igualmente nuestra tarea es ayudarlo a entender lo que es, lo que fue, lo que pudo ser, lo que no fue. Encontrarse con los logros y los fracasos, con las vacilaciones, los deseos incumplidos, los sueños realizados, con las miserias y traiciones consigo mismo, con lo otros. Vivimos en la obsolescencia acelerada. Hoy se usa el compromiso light. Algo falla en esta huida ante el sentimiento que necesita drogas diversas, anabólicos, bebidas energizantes. 

¿Por qué un joven empieza a consumir droga? 

Porque la sociedad valoriza el vértigo y la excitación y porque los narcotraficantes tienen mucho poder. Porque sus amigos han probado y él no se anima a ser diferente. Porque sus ídolos consumen. Porque padece de un tedio insoportable. Porque los padres se atracan con ansiolíticos o antidepresivos. 

Hoy los adolescentes parecen buscar el desapego emocional. No se advierten en sus relaciones compromisos profundos. Los celos y la posesividad están mal vistos. La sexualidad pretende lograr un estado de indiferencia. ¿Para protegerse de las decepciones amorosas? 

En los consultorios se asiste a otra cosa. La clínica del adolescente nos interpela, nos desvela. Hasta que vamos encontrando respuestas suficientemente buenas. Y vamos estando en condiciones de trabajar el desvalimiento. En ese, como en otro cualquiera, no se trata sólo de traumas infantiles sino situaciones traumáticas deshistorizantes (angustia difusa, vacío psíquico, desesperanza).

¿Es extraño o es una posición que no aparezca ningún texto de Jacques Lacan en estos estudios?
Entiendo que ninguna de las dos cosas. El psicoanálisis actual contiene diversas líneas teóricas y diversas prácticas. Winnicott, Klein, Lacan, Piera Aulagnier, Green, Castoriadis y otros son referentes imprescindibles. 

En cada uno de ellos predominan ciertos ejes conceptuales que conforman el patrimonio compartido de los psicoanalistas. Lacan ha sido para mí un referente central a lo largo de mi trayectoria teórico-clínica y forma parte de mi memoria teórica, como la de tantos otros autores posfreudianos que han hecho aportes significativos al psicoanálisis. 

Es claro en las referencias bibliográficas que hay pensadores posfreudianos que me han convocado más que otros, entre ellos Aulagnier, Laplanche, Green, Castoriadis. Pontalis, Mc Dougall… Los dos primeros no sólo fueron discípulos de Lacan sino también analizandos. Aulagnier entre 1955 y 1961 se analizó con Lacan. Fue su discípula hasta 1968, año en que se alejó definitivamente de la Escuela Freudiana de Paris. 

Sus filiaciones fueron Freud y Lacan. Filiaciones eróticas que le permitieron seguir avanzando en la investigación de los conceptos psicoanalíticos. Como decía Freud: lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo.

Adquirirlo y poseerlo no es reproducirlo, es proseguir la obra, transformarla. Pienso, como otros colegas, que el psicoanálisis francés está a la vanguardia del psicoanálisis mundial. Esa posición se debe en gran parte a la influencia de la enseñanza de Lacan, que fue quien reintrodujo la importancia de la lectura de la teoría freudiana y su apertura a la interdisciplina evitando cierta banalización que predominaba en el psicoanálisis anglosajón. 

El recorrido intelectual de estos autores posfreudianos y poslacanianos, apasionados por la verdad, la alteridad y la autonomía tanto individual como colectiva, tiene el mérito de haber colaborado cada uno a su manera en la construcción de un paradigma freudiano hipercomplejo, contemporáneo y abierto a la propia disciplina y a otras disciplinas. 

Y un agregado fundamental haberse negado a ser jefes de escuela y así evitar un discurso dogmático identificado con sus nombres. No olvidemos agregar a esos otros referentes imprescindibles, las nuevas generaciones que nos invitan a revisar críticamente la teoría, la clínica, la práctica y a nivel de la educación; no sólo la metodología sino el contenido de lo que se enseña. En otras palabras nos obligan a hacer uso de un derroche de imaginación, de creatividad, de inventiva.

¿Cómo pensar a la adolescencia en una época que ha impugnado casi todas las categorías históricas, como también es la adolescencia?
La adolescencia está en medio de los ámbitos progresistas de la sociedad, tendientes a la transformación, y de los conservadores, reproductores de la familia. El devenir mostrará si el adolescente logró el distanciamiento necesario para acceder a nuevos impulsos subjetivantes y que consecuencias adecuadas se entrevé para el desarrollo cultural. 

En este siglo XXI las figuras que fueron modelos para transformar y consolidar la identidad -el maestro, los educadores, los gobernantes, la justicia- y que proponían valores como la solidaridad, el respeto por el otro, la confianza, la legalidad, contribuyendo a que el deseo de crecer fuera un ideal a alcanzar, han sufrido los embates de una violencia social que cuestiona proyectos e ideales. 

En ese contexto, en el cual muchos padres no respetan tampoco la figura del maestro, los adolescentes se encuentran a la deriva y son víctimas de la amputación de la utopía y la ilusión dificultando la necesaria salida a la exogamia y la creación de ideales para construir proyectos. A veces el transgresor está desamparado buscando adultos con una autoridad no autoritaria. Adultos que lo ayuden a volar pero que no los manden al frente sin cobijo y sin amparo.

No esos adultos que temen a los jóvenes, a sus desafíos, a sus enfrentamientos y no se les animan, dejándolos librados a un sentir autosuficiente que rápido se desvanece cuando se encuentran sin las herramientas necesarias para enfrentar las exigencias del mundo exterior. La indiferencia crece. El fenómeno es visible en la enseñanza donde el prestigio y la autoridad del cuerpo docente prácticamente ha desaparecido. Como si el Maestro fuera un obsoleto personaje de los Grandes Relatos, el discurso del maestro ha sido desacralizado, banalizado. Pero relatos sigue habiendo, y lo peor es que se disfrazan de naturalidad, y hasta pretendiendo carecer de ideología. El colegio se parece a un desierto y muchos jóvenes vegetan sin grandes motivaciones. Es que no se trata sólo del colegio ni sólo de los jóvenes.

El terrorismo de estado, la hiperinflación, el terror en todas sus facetas, son excesos que exigen tramitación para evitar duelos masivos y los traumas que hacen zozobrar vínculos, identidades y proyectos. 

Para que la trama cultural pueda ser productora de un narcisismo trófico, que apuntale identidades, proyectos, ideales, se requieren cambios colectivos y personales, así como apuntalar el diálogo intergeneracional que es un tesoro que tenemos que cultivar. 

Estos jóvenes ya no habitan el mismo espacio, no se comunican de la misma manera, no perciben el mismo mundo. Estos cambios se dan en la educación, el trabajo, las empresas, la salud, el derecho y la política. Ocuparse de la juventud implica ocuparse de todo. Lo colectivo deja lugar a lo conectivo. 

Es necesario trascender los marcos caducos que siguen formateando nuestras conductas. Los adolescentes tienen que encontrar un modus vivendi. El modo de vivir es algo abstracto, evasivo, difícil de definir. Pero a la vez es concreto como una herramienta. 

Se necesitan herramientas para tramitar las nuevas realidades, procurarse sus objetos amorosos, investir nuevos espacios, apropiarse de otros modelos identificatorios. Multiplicidad de voces y espejos en los que cada adolescente intenta encontrar esos modelos para retejer su identidad.

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