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» » Celda 2455: Caryl Chessman, el escritor en la cámara de gas

(19/12/15 - Libros)-.Carol Whittier (Caryl) Chessman nació el 27 de mayo de 1921 y fue ajusticiado en la cámara de gas de la prisión de San Quintín, California, el 2 de mayo de 1960. Su condena a muerte había sido dictaba en 1948, pero a lo largo de doce años logró que se postergara la ejecución.

En el “Pabellón de la muerte”, no sólo estudió latín y Derecho (fue su propio defensor), sino que escribió varios libros, entre ellos Celda 2455: Pabellón de la muerte (autobiografía de un condenado), que se publicó en 1954 y vendió más de un millón de copias en todo el mundo.  

No se puede decir que Carol Chessman haya tenido una infancia feliz. Cuando tenía siete años estuvo a punto de morir dos veces: primero por un asma bronquial agudo y luego por una encefalitis causada por una infección viral; a los ocho, su padre fue uno de los casi nueve millones de desempleados que dejó La Gran Depresión; a los diez, en un accidente de auto, Caryl sufre rotura de mandíbula y nariz, mientras que su madre se quiebra la columna vertebral y queda paralítica de la cintura para abajo; tiempo después, su padre, desesperado por las deudas y por no poder costear el tratamiento de su esposa, abre la llave de gas y mete la cabeza dentro del horno. Se salva de casualidad.

En 1935 entra a la Escuela Superior. Solitario y siendo blanco de burlas (es allí y por ello que decide cambian el Carol de ascendencia danesa por el menos femenino Caryl), se junta con otros jóvenes de su condición, entre ellos uno que sabe cómo hacer un puente eléctrico para arrancar un automóvil sin la correspondiente llave. Chessman comienza a robar autos mientras aprende a conducir.

A los dieciséis años es arrestado por primera vez. Y desde aquella primera vez, hasta la condena a perpetua y a morir en la cámara de gas, su vida se dividió en asaltos, violaciones, arrestos y juicios, así como en libros y escritura. Ya desde la adolescencia había tomado la costumbre de tomarse como un elemento de estudio y a buscar en su mente las razones de su conducta. Se trataba, en cierto modo, de encontrar la realidad, escribe, independientemente de lo horrible que pudiera ser.

Además, se dedicó a investigar que significaban para la sociedad la bondad y la decencia, lo atroz y lo sádico. Persistes en aferrarte a un ideal, aun sabiendo que vives (…) en una jungla en la que los escépticos o consiguen convertir a los demás en uno de ellos o encuentran una forma de tortura más allá de lo soportable que acaba por destruirlos. Ahí vives, como viviría una indefensa oveja en un claro de la jungla.

Caryl Chesmann concluyó que había crecido con miedo y cobardía, y que en algún momento todo su resentimiento se había convertido en odio y crueldad. Tuvo plena sensación de haber alcanzado un triunfo amoral. El bien y el mal, la razón y la sinrazón no eran más que conceptos abstractos, no muy claros y despreciables, sin verdadero significado. Había fracasado en su intento de ser bueno. Ahora era distinto. Ahora no se lo podría ignorar.

Es decir, cuando el miedo se fue de él, ya no tuvo freno.
En los primeros días de 1948, un individuo comenzó a aterrorizar a los habitantes de Los Angeles. Utilizando sobre el techo de un automóvil una sirena policial, interceptaba, asaltaba, robaba y, a veces, raptaba y violaba a sus víctimas.

A mediados de ese año, Chessman es arrestado bajo la acusación de raptar y violar a dos mujeres. Las víctimas lo reconocieron como a "El bandido de la luz roja", apodo ideado por la prensa.

Un tribunal lo condenó por estos delitos a la pena de muerte. Tenía 27 años.
Adquirir el don de la palabra y el valor de jugárselo todo; saber soportar las derrotas; tener de la mano el triunvirato que forman el conocimiento de los procedimientos legales, el oportunismo imaginativo y el poder intelectual. Conseguido esto, se tienen los materiales que se requieren para fabricar armas con que poder librar, en el campo judicial, la batalla por la supervivencia sin dar cuartel y sin pedirlo.

Y es a partir de este momento que comienza la leyenda. Encerrado, estudia Derecho y pide ser su propio defensor. A pesar de haber sido reconocido por las víctimas y de su interminable prontuario, se defiende tan brillantemente que logra hacer dudar una y otra vez al jurado de su culpabilidad, así como a la sociedad de la época. Sus alegatos contra la pena de muerte establecida con la “ley Lindberg (instaurada tras el secuestro y asesinato del hijo del aviador Charles Lindberg)”, eran verosímiles y contundentes, lo que le generó a Chessman un apoyó nacional e internacional inaudito: la mitad de la población estadounidense estaba de su lado, así como celebridades y políticos mundiales (entre ellas Norman Mailer, Ray Bradbury, Marlon Brando, Shirley MacLaine, Eleanor Rooselvet, la reina de Bélgica, el Vaticano y el gobierno de Brasil), que abogaron con firmeza por el cambio de sentencia. Desde Holanda se llegó a pedir que se considere a Chessman para el Premio Nobel de Literatura.
Ahora que el Estado se ha tomado su venganza, me gustaría preguntarle al mundo qué ha ganado con ello.

Doce años peleó en los tribunales, hasta que a las 10 de la mañana del 2 de mayo de 1960, fue ingresado, finalmente, a la cámara de gas. Apenas caen las ampollas de cianuro en el cubo colmado de ácido sulfúrico ubicado debajo del sillón y el gas cianhídrico comienza a saturar la cámara hermética, Chessman decide aspirar con fuerza para apurar su muerte. Y quizá, con esta acción, es él mismo quien decide su suerte.

En el momento que comienza la ejecución, el juez que la había ordenado le pide a su secretaria que llame al recinto donde se la está llevando a cabo para posponerla y permitirle al condenado una nueva apelación. Pero la mujer, la primera vez que marcó equivocó el número.

Cuando el alcalde recibió la orden del juez, Chessman ya había fallecido.

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