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» » Una excursión al origen de la prostitución en la Argentina

(26/01/16 - Libros)-.El surgimiento de la prostitución en la sociedad argentina tuvo como disparador la utilización del espacio público en la Buenos Aires de fines del Siglo XIX, propiciada por una cultura sexual reprimida, heterosexual y conservadora que lanzó a las calles a los varones y confinó a la mujer al ámbito doméstico, concluye uno de los capítulos centrales del libro Moralidades y comportamiento sexuales. Argentina, 1880-2011, que reúne 18 textos sobre las distintas configuraciones de ese período en torno a la sexualidad.

El volumen fue coordinado por tres especialistas en el tema: Adriana Valobra, docente de Teoría de la Investigación Histórica; la socióloga y doctora en Historia Dora Barrancos y Donna J. Guy, autora del libro El sexo peligroso. 

El universo femenino indígena, la moral sexual de las clases populares en el Buenos Aires a fines del siglo XIX, la reglamentación del burdel, clítoris y perversión, y el papel de la Iglesia Católica como factor correctivo, son algunos de los puntos que aborda la obra, recién editada por Biblos. 


El prólogo explicita la intención de analizar la moral y las conductas sexuales en la Argentina en relación al poder, la política y las costumbres, como contribución a develar "las vías libertarias" de la sexualidad y sus prácticas en diversos contextos, por poco más de un siglo.

En el capítulo "La ciudad del pecado", el antropólogo Pablo Ben analiza la moral sexual de los sectores populares en una Buenos Aires de fines del siglo XIX, caracterizada por una cultura sexual reprimida, heterosexual y conservadora que veía en las calles atestadas de varones, un amasijo de lascivia, lujuria y obscenidad. 

Fuentes de la época -según Ben- describen a la urbe como un espacio "atestado de varones hasta la sofocación… que molestaban a cuanta mujer se les cruzara"; "machos perversos" que "andaban sin mujer, bebían sin mujer, comían sin mujer", una concentración alta que trajo aparejada la prostitución por un lado y también las "aventuras sexuales entre varones", comunes en callejones, plazas y mercados.

El antropólogo agrega que la Buenos Aires del 900 distaba de la "ciudad de las familias 'honradas' y 'trabajadoras'", ya que como ciudad puerto recibía migrantes que venían por trabajo y por la oportunidad de llevar a cabo todo tipo de aventuras sexuales", lo que amplió "el próspero mercado de la prostitución femenina ligada a cafishios y rateros" y el sexo pago entre varones. 

Ben señala que si bien las clases populares rechazaban la prostitución –la palabra "sexo" equivalía a pecado- las estructuras familiares distaban del modelo idealizado de familia nuclear, ya que la sexualidad era ejercida por fuera de una moral establecida desde la Iglesia Católica, la medicina y el derecho. 

El capítulo "Mujeres y sexualidad entre la guerra y la paz", de la doctora en Filosofía y Letras María Argeri, indaga sobre comunidades indígenas aún no sometidas al dominio del blanco, donde la mujer aceptaba o rechazaba al visitante reservándose el espacio de la hospitalidad y era responsable del cobijo "de los seres que quedaban bajo sus mantos", de aspectos relacionados a la salud, el "equilibrio psíquico" y el "desplazamiento seguro entre los secretos de la naturaleza".

La mujer indígena poseía una sexualidad libre más allá de la subordinación que sufrían sus congéneres criollas y extranjeras dentro de un orden patriarcal; no existía la prostitución ni el matrimonio monogámico; las jóvenes -bellas y coquetas según escritos de los viajeros-, se pintaban los labios y las uñas, se sombreaban los ojos y era común el uso de pulseras, flores en sus cabellos y "lunarcitos negros" adornando las mejillas.

Este interesante capítulo abunda sobre la sexualidad libre de las jóvenes solteras, la homosexualidad (mujeres vestidas como varón), el tema de la procreación -ya que traer hijos al mundo formaba parte de la decisión de las mujeres-, y el poder de las ancianas, las hechiceras y las encargadas de sanar, todas respetadas por sus conocimientos milenarios. 

El texto de Donna Guy, "Prostitución y suicidio en Buenos Aires, 1880-1900", analiza un tema que por su magnitud causaba "pánico en la población"; el de mujeres víctimas de la urbanización rápida, el aislamiento, la depresión y la pobreza –empleadas algunas como "domésticas" o en fábricas textiles- "marginales sociales" que se quitaban la vida. 

Guy revela además un vínculo poco estudiado como la esclavitud sexual que unido a problemas de soledad, tristeza, alienación y miseria empujaban al suicidio a mujeres que trabajaban en prostíbulos legales o en "sitios menos protegidos", como cafés, bares, cabarés o directamente en la calle.

El capítulo "Militancia, sexualidad y erotismo en la izquierda armada de los años 70", de Isabella Cosse, marca distancia entre "revolución social y liberación sexual", y señala conceptos controvertidos, como una supuesta masculinización de las mujeres, el vínculo entre sexualidad y prácticas militantes, el "carácter fálico del fusil", la "virilidad guerrillera… matrizada en la figura del Che", "la pulsión erótica presente en el combate". 

Pasa por arriba, así, aspectos como las convicciones, la toma de conciencia, la capacidad de entrega y la solidaridad, para desembocar en una idea del accionar militante que provenía, dice, "de la excitación, la vitalidad y la trascendencia que, como la pulsión erótica, producía el combate".

Marisa Miranda y Gustavo Vallejo indagan en "Iglesia, eugenesia y control social: apuntes para una historia del onanismo, 1930-1970", prácticas autoeróticas en el marco de una "normalidad" sustentada en prejuicios, creencias y teorías provenientes de la teología, el derecho y la medicina, señalando a la masturbación como camino a la homosexualidad, los desórdenes hormonales y malgastar la energía reproductiva. 

Será una de estas teorías, la biotipología, que en estrecha alianza con la eugenesia y la religión trató de implementar una moral sexual en la Argentina orientada a una "mejora de la raza" considerando al "vicio solitario", un trastorno anormal con mucho de "retorno a la barbarie". 

"Escritas en silencio: mujeres que deseaban a otras mujeres en la primera mitad del siglo XX," se titula el capítulo en el cual Carlos Figari y Florencia Gemetro analizan en base a testimonios sobre el tema, el desarrollo de una subjetividad lesbiana –modos de reconocerse y relacionarse- como "posibilidad identificatoria" entre los años 1920 y 1970. 

Se confronta así la mujer asexuada limitada a los ámbitos de la maternidad y lo doméstico, sujeta al control del marido, con una relación asociada "al mundo pasional y erótico de las prostitutas", "mujeres públicas" y "ficatrices"; condición sexual que tuvo denominaciones varias -"inversión sexual", "safismo", "tribadismo" (frotación de genitales entre mujeres)- y que aún en los años '60 era censurada. 

El capítulo concluye señalando que aún antes de la denominación de "lesbiana" y otros modos de designar este grupo de pertenencia –como las betters, "bomberos" y "gardelitos"- "estas mujeres que se identificaban desde sus deseos, sus prácticas y sus afectos hacia otras mujeres", ensayaron en la primera mitad del siglo XX, "nuevas subjetividades y nuevas formas de devenir mujer".

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