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» » Salta: “Yo ya estoy muerto”, dijo el profesor Arra al enterarse de la intervención a la provincia

(14/12/816 - Lesa Humanidad)-.Las desaparición del profesor Miguel Ángel Arra (foto) y la aparición de sus restos junto a los de un ex policía; los secuestros y desapariciones de las jóvenes Sylvia Sáez de Vuistaz y María del Carmen Buhler Gómez (agente de policía); el asesinato y voladura de los cuerpos de dos personas, y la posterior desaparición en una dependencia policial de la cabeza de una de ellas, fueron los ejes de los macabros relatos del juicio que se desarrolla en Salta. 

En una extensa jornada, declararon nueve testigos, y uno, José Luis Garrido relató que cuando el 23 de noviembre de 1974 se enteró que el gobierno de Miguel Ragone había sido intervenido, Miguel Ángel Arra profetizó: “Yo ya estoy muerto” y les pidió a sus íntimos que destruyeran todo lo que los vinculase con él.

En una extensa jornada, en la que se escucharon nueve testimonios, Garrido fue uno de los que habló de la desaparición de Arra, con quien había estudiado en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata.

Los unía, recordó Garrido,  una profunda amistad. Y volvieron a ser compañeros, ya como docentes, en la Universidad Nacional de Salta (UNSa). 

Cuando la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón mandó intervenir Salta y deponer así al gobierno de Ragone, ambos estaban en Mendoza participando de un congreso. Fue ahí que Arra profetizó su muerte y les contó (a él y a otros docentes e investigadores de confianza) que actuaba como correo de organizaciones políticas que habían pasado a la clandestinidad (al parecer, en referencia al PRT-ERP. N. del E.) 

Arra tenía la convicción de que lo iban a matar y recomendó a sus íntimos que quemaran todo lo que pudiera vincularlos a él. 

Esa fue la última vez que Garrido supo de su amigo. Si bien no supo en qué grupo político militó, recordó que por seis meses revistó en el Partido Comunista junto a otro investigador, Tony Moreno, “quien también desapareció” en Salta. “No sé si se fue o lo fueron”, añadió.

En diciembre de 1974, la derecha triunfante con la caída de Ragone intervino también la UNSa, cuyo rector, Holver Martínez Borelli, había acompañado al gobierno del médico. Arra y otros docentes fueron cesanteados. Más tarde varios de ellos fueron desaparecidos, o debieron exiliarse.

Tras la cesantía, Arra se fue al Litoral en busca de trabajo y regresó a Salta en junio a buscar sus cosas. El 24 de junio de 1975 acompañó a su novia, Cecilia Zadro, hasta la Facultad, que funcionaba en el Museo de Ciencias Naturales y quedaron en encontrarse a las 17, en la glorieta del Parque San Martín.

Ayer Zadro contó, por videoconferencia desde Córdoba, que lo esperó media hora y se fue. Un día o dos días después avisó a la familia de Arra. 

Sus hermanas vinieron a Salta, lo buscaron en vano por toda la ciudad, con la ayuda del joven radical Gabriel Morales (que también declaró en la víspera). Arra se hospedaba en el Residencial Asturias, de donde la Policía había retirado sus pertenencias. 

Tiempo después, en 2009, se pudo determinar que el joven, de 27 años, había sido asesinado poco después del secuestro. A eso se refirió el abogado Carlos “Uluncha” Saravia, quien recibió fotografías del hallazgo de los restos de Arra y del ex policía César Carlos “Topo Gigio” Martínez, un hombre de confianza del ex gobernador Ragone que fue asesinado una semana después que él (el 18 de marzo de 1976). 

Saravia dijo que quien le entregó las fotos no se identificó, pero que él cree que era un policía retirado.

Autos con pase libre
El médico Humberto Flores sostuvo ayer que un policía retirado, de apellido Mendoza, le contó que cuando fue secuestrada la joven Sylvia Sáez de Vuistaz, en septiembre de 1976 y en Embarcación, el jefe de la comisaría de esa localidad, Arturo Madrigal, le ordenó que avisara por radio a los puestos camineros que no debían detener a los automóviles que habían participado del operativo. 

El testigo recordó que Mendoza le contó que era radio operador de la Policía, y como tal recibió la orden de Madrigal de trasmitirr las patentes de los vehículos que estaban involucrados en ese hecho y avisar a los puestos para que no los pararan. 

Madrigal está siendo juzgado en este proceso, precisamente en relación a la desaparición de Sáez de Vuistaz. 

Ayer también declararon tres testigos sobre la desaparición de la joven policía María del Carmen Buhler Gómez, en julio de 1976 en Orán.

Disparos y una explosión
El testigo Mario Enrique Rojas relató que “vive guardado” en su cabeza el hallazgo, en junio de 1976, de restos humanos en la zona de Pacará, frente al campo del Ejército.

Contó que trabajaba en un camping de Bienestar Social. En una zona de poco tránsito a la medianoche, escucharon  la llegada de dos automóviles desde distintos puntos, enseguida sonaron disparos de ametralladora y de un arma calibre 45 (según averigüó al día siguiente, al ver las vainas servidas) y seguidamente escucharon los autos alejándose en sentidos distintos, y “a los dos minutos” una explosión. 

Al otro día encontraron restos de lo que pensaron que eran dos cuerpos. Tras espantar a los perros, Rojas fue a avisar a la Policía de Vaqueros, pero recién al mediodía fueron a levantar los restos en una caja. No le tomaron la denuncia, y tampoco un testimonio escrito.  

Rojas insistió en la imagen que lo persigue: “Eso no se puede olvidar, porque no era un animal, vive guardado en la cabeza de uno”.

Su sensibilidad contrastó con el desprecio del perito policial Inocencio Roberto Medina, quien participó del levantamiento de estos restos.

“Había una cabeza que yo la agarré, la llevé de las mechas para su reconstrucción”, dijo Medina. “Vine con la cabeza en la mano porque no tenía elementos para trabajar”, repitió. 

Las fotografías (las mismas que recibió Saravia) muestran que, efectivamente, los policías levantaron la cabeza por los pelos.

Medina dijo que dejó la cabeza en el depósito de la Policía y no supo más. Nunca más se supo de ella. 

Medina comenzó su testimonio diciendo que el comisario Joaquín Guil, acusado por este crimen y entonces su jefe, “era una bellísima persona”, y le está agradecido.

*Por Elena Corvalán, Telam

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