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(10/08/18 - Medios, Opinión, *Por Sebastián Kohan Esquenazi)-.¿Puede considerarse periodismo deportivo a “eso” que ejercen algunos personajes de la televisión? ¿Puede siquiera considerarse “periodismo” a secas? El cronista analiza y retrata con precisión la función que ejecutan desde los estudios de TyC un grupo de “sinvergüenzas y mediocres altaneros”: generar odio.

Suelo almorzar viendo la tele. Media hora diaria en la que elijo los infumables programas deportivos. Lamentablemente, a esa hora TyC emite el peor programa de toda su programación, que ya es mucho decir: Estudio Fútbol. Una inigualable tertulia de violentos iletrados que me provocan muchísimo malestar y que no soy capaz de apagar hasta que no se me acaba el pedazo de pollo.

Hace años que escribo crónicas futboleras y nunca me detengo a escribir sobre ellos. Son tan lamentables, pienso, que no resultaría útil cuestionarlos por exceso de obviedad. Intento que no sean ellos quienes me marquen la agenda, asumo que es culpa mía y solo mía el hecho de mirarlos y que no tengo porque trasladarle a los demás, problemas que son míos.

Así pasaron años en los que yo los padecía, a solas, y me autoflagelaba a lo loco mientras me duraba el pedazo de patamuslo y me colgaba la cruz de la culpa, hasta que un día lo vi a Pitu, el pequeño hijo de mi amigo Lalo, enfrentado cara a cara a la violencia del tal Farinella, uno de los panelistas de mal. Fue después del partido Argentina – Croacia. Estábamos en casa viendo el partido con amigos hasta que, al finalizar el mismo y antes de que pudiéramos reaccionar, irrumpieron en el living los gritos de los cinco integrantes del mentado misceláneo de la violencia.

Los machotes se gritaban desaforados como amigos en el bar. Se maltrataban, descalificaban y se hacían montoncito con la mano una y otra vez. Daba la sensación de que ellos mismos sabían cuan impresentable era cada uno del resto de colegas de cantina. Yo los miraba de reojo sin darles mucha importancia hasta que comenzaron a gritar los cinco al mismo tiempo, generando un estruendo alucinante que se extendió durante una eternidad.

En un momento, el tal Farinella (tuve que guglear su nombre para escribir esta nota) hizo callar a los demás gritando más que el resto, como se debe hacer en dichos ambientes, y se dispuso a intentar la casi imposible tarea de elaborar una idea. Debo decir en su favor, que tras unos segundos de esfuerzo, lo logró. Pero he decir también, para ser fiel a la verdad, que la idea era extremadamente simple y daba miedo por su agresividad. El tal Farinella, enfurecido, miraba a cámara y daba cátedra de orgullo y patriotismo. Decía que los jugadores de la selección eran los responsables de la vergüenza que estábamos pasando a nivel mundial.

Ese discurso lleno de orgullo abrió la puerta a que cada uno de los monigotes del panel se atreviera a sacar afuera lo peor de cada uno. Estaban decidiendo, en reunión de sabios, entre muchos gritos y escasas capacidades gramaticales, qué cabezas había que cortar. Urgía sangre, urgían culpables. Cuando los cinco chiflados de la maldad se instalaban como abanderados de la violencia organizada y propagadores profesionales de la ira social, me di cuenta que el pobre Pitu, con sus escasas siete primaveras, miraba boquiabierto y con los ojos inmensos, el lamentable espectáculo y sentí el urgente impulso de saltar por encima de la mesa, taparle los ojos y abrazarlo para protegerlo, cosa que no hice por el riesgo de derramar el vino de las copas de la mesa. Después pensé en sacudirlo hasta que se le saliera hasta el último gramo de Farinella que lo había invadido por nuestra culpa, pero ya era tarde.

En ese momento me di cuenta de que la existencia de esos cinco facinerosos excedía mis culpas, mi mal gusto y mis cualidades masoquistas y que era necesario plantear la necesidad de disminuir la violencia y las mentiras que emiten la mayoría de los supuestos periodistas deportivos de la televisión. Me di cuenta de que éramos nosotros los que estábamos exponiendo a esa criatura indefensa a los más bajos instintos de cinco barrabravas a sueldo.

La mirada del tal Farinella me dio pavor. Tuve la sensación de que esos pocos segundos en los que su mirada se posó sobre los inocentes ojos de Pitu fueron suficientes para producir un daño cerebral irreversible. Supongo que esta nota la leerá su padre y no quiero que se alarme, pero yo vi la cara a su hijo y creo que esos pocos segundos fueron suficientes para que Pitu desandara todos los años de educación privada, progresista liberal, artística, personalizada, Freire, Montesori, Waldorf o lo que fuera que fuese.

El día siguiente fue peor. Los operadores del odio, agresivos sinvergüenzas y mediocres altaneros, hicieron un minuto de silencio por la derrota de Argentina.  Se pusieron de pie en el estudio, se cruzaron de brazos, miraron al horizonte e hicieron silencio. No solo dieron por muerto a un equipo que estaba vivo, lo cual es ya un crimen en términos informativos, sino que convirtieron una espacio periodístico en un berrinche infantil de una prepotencia sin igual. Tras la victoria con Nigeria se dieron vuelta como panqueques y punto pelota. Si la justicia juzgara la mentira y el panquequismo, TyC tendría una reja en vez de puerta. Lo hecho, hecho está y a otra cosa mariposa. Fue un gesto de desprecio inaceptable que no merece olvido ni perdón.

El mal llamado “periodismo deportivo”, con honrosas excepciones, se ha convertido en un peligro para el fútbol y para el pensamiento en general. La violencia y la mentira ejercidas por operadores a sueldo, como el agresor de adolescentes Feinmann, el conscripto pop Fantino, el mentiroso compulsivo Majul o el mercenario del siglo Lanata, son un poroto al lado de lo que están logrando Palacios, Farinella y compañía.

El problema inicial es que los violentos se hagan pasar por periodistas y ocupen un lugar que no les corresponde, cambiándonos el servicio de la información por el entretenimiento. El periodista deportivo, antes que deportivo, debe ser periodista, a secas, y una vez que haya adquirido las mínimas capacidades necesarias para ejercer la profesión, podría elegir la especialidad. Es cierto que por el hecho de formar parte del negocio que más dinero genera en la televisión, tiene la capacidad de sindicarse, blindarse y defender el derecho a no hablar de nada nunca, durante todo el tiempo todo. Sin embargo, el dinero no debería ser, aunque lo sea, la medida de todas las cosas.

Resulta patético que un grupo de hinchas se disfracen de periodistas y hagan pasar su fanatismo por análisis. El fútbol no puede ser el lugar donde nos permitimos ser acríticos y hacer lo que nos de la gana. El ámbito del fútbol tiene que disminuir su estupidez al igual que el resto de los ámbitos de la vida, porque también forma parte de la vida. Sin embargo hemos creído que el fútbol es esa válvula de escape donde todo está permitido. Y así, sin darnos cuanta, nos han incorporado un pequeño Palacios o un mini Farinella en nuestros distraídos cerebritos. No parecemos darnos mucha cuenta pero el consumo del fútbol nos ha introducido en un sistema perverso que nos ha arrebatado la felicidad y la capacidad de disfrutar.

Y a falta de juego y de capacidades futbolísticas, nos hemos visto obligados a adoptar el discurso generalizado del aguante, del huevo huevo, del país unido por nuestros jugadores, de la hinchada en la puerta del hotel en Rusia tocando el bombo. Las melosas y emotivas publicidades de Quilmes son un poroto al lado nuestro. El chauvinismo invisible es, como siempre, un sucedáneo a la ausencia de argumentos y de fútbol. “A Nigeria le vamos a ganar con la unión y el optimismo de todos los argentinos. Ya habrá tiempo de balances”. Hace tres Mundiales que entramos por la ventana, jugando un juego espantoso, pero el balance nunca llega.

Y nosotros vamos por ahí, con nuestro pequeño Farinella incorporado. Hablamos de futbolistas en lugar de fútbol. Le achacamos a los jugadores que no corren porque son millonarios. Hablamos de Lo Celso sin saber quién es. Incorporamos el castigo como método y aceptamos que Caballero quede afuera por cometer un error.

Creo que, en post de la salud mental de Pitu y con el fin de evitar que crezca el pequeño fascista que llevamos dentro, la justicia debería exigirle lo siguiente al mentado misceláneo de violencia y entretenimiento:
*No ser emitido antes de que empiece el horario de protección al menor.

*Cada vez que griten, puteen, hablen al mismo tiempo, usen palabras inexistentes o 

conjuguen mal los verbos, poner un cartelito que diga “personas en proceso de formación”.

*Si hablan al mismo tiempo por más de 30 segundos seguidos, interrumpir la trasmisión.

*Prohibir el uso del montoncito como instrumento de argumentación.

*Cada vez que uno mande un watsap en vivo, poner un cartel que diga “Operadores trabajando”.

*Que el programa se llame “Estudio Fútbol, pero no estudio nada más”.

Todo aquel que esté de acuerdo, envíe un mail a: panzerinuncamuere@gmail.com

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