Demasiados disparadores, demasiados temas en un mismo tema, demasiada arbitrariedad, insolidaridad, impunidad, impudicia.
Pero vamos a tratar de desenmarañar este ovillo desprolijamente enredado.
En primer lugar la bronca de ver que un grupo de marginales (leer con atención, no marginados, marginales) en número de media docena puede generar, en primer lugar la suspensión de un espectáculo con cincuenta mil espectadores; en segundo lugar el cinismo de creer que esos pocos sujetos pudieron burlar 1200 efectivos policiales y 300 efectivos de la seguridad privada del club; en tercer lugar asistir a la fiesta del doble rasero, de la doble moral, por mucho menos hace un año y medio para dos Claypole no juega de local y no pueden asistir sus socios; en cuarto lugar otra más del cinismo, debemos aceptar que alguien pudo meter un drone al estadio de Boca con un fantasmita colgado sin la aquiescencia de al menos una parte de la Comisión Directiva local; en quinto lugar la insolidaridad de los jugadores de Boca, absolutamente despreocupados de la suerte de sus colegas, mirando la cosa desde afuera, incluso con fastidio, cuando había cuatro jugadores con quemaduras de primer grado producto del atentado de pseudosimpatizantes de su club; en sexto lugar un vez más el doble rasero, ¿cuántas fechas le darían a San Martín de suspensión de su cancha si sus hinchas impiden que el equipo visitante se retire durante una hora del campo de juego y encima de eso los bombardean todo ese tiempo con botellazos (de plástico, es cierto, pero llenas de agua); en séptimo lugar una vez más el cinismo, de Arruabarrena, queriendo continuar jugando el partido “como sea” y puteando a los jugadores de River que habían sido lastimados por “parciales del club que el representa”.
Todos estos temas son realmente revulsivos y deben abordarse con un detenimiento merecedor de mucho más espacio que el que puedan llegar a tener en estas páginas, sin embargo desde Reporte no quisimos dejar de enunciar, algunos de esos, disparadores de la discusión.
No se trata aquí de banderías, de River o Boca, se trata aquí de valores humanos, de estándares de conducta, de ejemplos.
Porque que podemos esperar de los pibes que tienen a Arruabarrena como ídolo, cuando en vez de verlo repudiar un acto de barbarie y terror como el cometido ayer en la cancha de Boca lo minimiza; cuando en vez de poner su propio pecho ante su hinchada para evitar que sujetos inadaptados lastimen más (recordemos que varios jugadores de River ya habían sido lastimados) a sus rivales, no sus enemigos, sus rivales se negaban terminantemente a compartir con ellos la salida.
Realmente debo decir, y desde luego me hago cargo de esto como de todo lo que escribo, que me avergüenza la diminuta estatura moral de Arruabarrena; no me asombra, porque después de haberlo visto aquella bochornosa noche hacerse el bobo ante la fractura de tibia y peroné expuesta de Bueno por parte de Orión y decir que “no sabía” que le había pasado al delantero rival ya nada puede asombrarme de este campeón del cinismo que está para competir al nivel de lo peor de nuestra peor clase política, pero debo decir que me avergüenza profundamente.
La primer imagen que vino a mi cabeza cuando ocurrió esto fue la campaña para que la familia vuelva a la cancha y la segunda fue esa nota de color que mencionaba que una entrada en la reventaba llegaba a trepar en algunos casos a los 20.000 pesos.
Y aparte de todo esto... Ah, si, el fútbol, ese juego que a casi nadie parece interesarle aunque sea el elemento convocante a esta especie de rituales extrañamente enfermos en el que grupos autonominados deciden tomar para si el protagonismo que nadie les asignó y convierten la pelota, centro del juego, en un elemento secundario que poco importa a casi nadie.