La muerte de Héctor valle nos sorprende y golpea con dureza por lo inesperado.
Inmediatamente uno se pregunta ¿por qué?
Siempre, como en los primeros años de la infancia ¿por qué?
¿Por qué habiendo tantos malos siempre se van los buenos?
¿Por qué teniendo tanto que dar todavía?
¿Por qué?
Podría realizar esta nota desde el sencillo y desapasionado enumerar de datos, puestos y fechas que jalonaron una vida interesada en el otro, aún antes de que la Patria fuera el otro.
Podría hablar de del Grupo Fénix que conformó junto a otros rutilantes pensadores de la economía como él allá por el año 2000, en momentos que arreciaba la crisis económico-social que condujo al estallido de diciembre de 2001 y que pretendía promover el desarrollo con equidad y establecer un proyecto para la educación.
Ese Grupo Fénix que se adelantó a la historia buscando promover que Argentina fuera actor de la globalización de una manera simétrica y no subordinada y la reindustrialización del país y su inserción internacional a partir del fortalecimiento del Mercosur y de la integración Latinoamericana.
Podríamos hablar de FIDE, la fundación de investigación de temas económicos donde siempre se lo podía encontrar, o de su paso por el INDEC en los albores de la democracia, o por el Fondo Nacional de las Artes o más recientemente por el directorio de la YPF repatriada.Sin embargo prefiero abordar el recuerdo de Héctor desde otro lugar, desde el lugar de los propios recuerdos.
Las incontables notas en Radio Suburbana, cuando con notable tranquilidad nos daba un diagnóstico de la realidad en los peores años del neoliberalismo salvaje.
Siempre con su hablar pausado, tranquilo, como hablan quienes saben que tienen la razón y que ningún apuro o subida de tono va a modificar esa realidad.
Las más recientes entrevistas para El Pueblo Nuevo primero y reporte Sur después, siempre con la misma característica.
O de las charlas, ya en tiempos más recientes, cuando empezó a transitar, traiciones mediante, el terruño propio para aportar a la recuperación del distrito para la fuerza que había interpretado sus ideas y las había llevado a la práctica en su gobierno.
Podría enumerar muchísimos cruces, encuentros, entrevistas, conversaciones, charlas, siempre humano y ameno, de este Héctor que era sobre todo un buen tipo.
Pero quizás lo que más lo defina sea una anécdota casi accidental, hace ya muchos años, cuando llegué como muchas veces, casi sin querer a un grupo de pibes, apenas un poco más chicos que yo que hacían una muy especial publicación de poesía que se llamaba Anélidos y Algoritmos.
Y recuerdo como hoy que en el quincho donde la hacían, y mate de por medio apareció la mención de ese padre que ellos ignoraban era un personaje frecuente en el programa de radio.
Dicen que en los hijos se ve el talante de los padres y si es así, Héctor fue un gran tipo.
Hoy lo velarán en la cochería Narváez, Amenedo 779 de Burzaco de 12,30 a 14,30 horas.
Hasta siempre, Héctor.
