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» » Se cumplieron 40 años del asesinato del obispo Angelelli, un mártir de la "opción por los pobres"

(05/08/16 - Derechos Humanos)-.Ayer 4 de agosto se cumplieron 40 años del asesinato del obispo de La Rioja Enrique Angelelli a manos de efectivos del Tercer Cuerpo de Ejército que fraguaron un "accidente" automovilístico. 

Así, la dictadura acallaba la voz un hombre de la jerarquía católica comprometido en la conciliar "opción por los pobres". Nacido en 1923, en Córdoba, Angelelli ingresó con apenas 15 años al seminario y a fines de los '40 fue enviado a Roma, en donde fue ordenado como sacerdote en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano.

A su regreso a la Argentina, en 1951, se vinculó con sectores de la Juventud Obrera Católica (JOC) y quedó a cargo de la capilla Cristo Obrero, en su provincia natal, donde colaboró con el sacerdote italiano Quinto Cargnelutti.

En medio de los debates por el Concilio Vaticano II, la gran reforma lanzada por el papa Juan XXIII en 1959, Angelelli obtuvo la designación como obispo y ya en esos años su compromiso con los sectores menos favorecidos de los barrios de Córdoba era conocido.

En función de esta tarea pastoral, el Vaticano lo designó un año después como arzobispo auxiliar de la provincia, y una de sus primeras medidas fue ordenar que los seminaristas visitaran los barrios obreros para tomar contacto con la realidad social.

Angelelli propició desde su Diócesis la conformación de grupos de laicos comprometidos con los sectores populares de Córdoba. Esas actividades y sus enfrentamientos con la jerarquía encabezada por el nuncio apostólico Humberto Mozzoni y el cardenal Antonio Caggiano le valieron que en 1968 se le asignara la Diócesis de La Rioja, como una suerte de destioerro. 

Con un estilo franco, llano y directo, el religioso se relacionó desde los comienzos de su tarea pastoral con los sectores más humildes de la provincia. Trabajó de forma activa para propiciar la organización de los trabajadores agrícolas, los mineros y las empleadas de servicio doméstico.

Su popularidad era tan grande entre los humildes que sus misas dominicales desde la catedral de la capital riojana eran transmitidas por radio para toda la provincia. 

A pesar del malestar que sus postulados causaban a los interventores militares de La Rioja, en los tiempos en los que el país era gobernado de facto por Juan Carlos Onganía, la popularidad de Angelelli crecía entre los sectores de la Iglesia más cercanos al mensaje del Concilio Vaticano II.

En aquella Argentina que vivía un contexto de creciente movilización social y política contra la dictadura, que se expresaba en huelgas, manifestaciones y acciones armadas, el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM) postulaba la teoría de la liberación de los oprimidos y profundizaba el conflicto con las autoridades de la Iglesia. Aunque no integraba ese movimiento, Angelelli proponía desde La Rioja un diálogo con esos sectores, lo que irritó aun más a los integristas que estaban encabezados por Adolfo Tortolo y José Miguel Medina.

En 1973, Carlos Menem, quien década y media después sería electo presidente de la Argentina, se consagró gobernador de la Rioja y las relaciones entre Angelelli y esta familia propietaria de viñedos no estuvieron exentas de conflictos.

Los comerciantes y hacendados de la provincia reclamaron la renuncia de Angelelli y en 1974 la organización parapolicial Triple A incluyó al obispo en una lista negra de personalidades que serían “inmediatamente ejecutadas”.

Las réprobas contra la figura del religioso se incrementaron en medio de un clima de violencia política que se incrementaba. A principios de 1976, el vicario castrense Victoria Bonamín visitó la base aérea del Chamical y dijo que el pueblo había cometido pecados que sólo podían redimirse con sangre (sic).

El clima de represión se intensificó en La Rioja tras el golpe del 24 de marzo de 1976, y los sacerdotes que respondían a Angelelli eran blancos del terrorismo de estado.

El 18 de julio, los sacerdotes P. Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias fueron torturados y asesinados en la localidad de Chamical, donde cumplían sus deberes religiosos. Dos semanas después, Angelelli decidió viajar a Buenos Aires con el propósito de denunciar estos crímenes; se trasladaba en una furgoneta que tras encerrada por un auto volcó a la altura del paraje Punta de los Llanos, en la ruta 38.

El cura Arturo Pinto, quien conducía el vehículo accidentado, contó que, tras permanecer durante un tiempo inconsciente, vio el cuerpo de Angelelli tirado en el suelo, con “lesiones en el cuerpo, como si lo hubieran golpeado”.

Aunque el diario L' Osservatore Roano, órgano oficial de El Vaticano caificó el hecho como “un extraño accidente”, el cardenal Juan Carlos Aramburu negó que se tratara de un crimen y la investigación se cerró.

Con el retorno de la democracia, el juez de La Rioja Aldo Morales reabrió el expediente y dictaminó que la muerte de Angelelli se trató de “un crimen fríamente calculado y esperado por la víctima”. Sin embargo, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y los indultos del presidente Menem impidieron que las investigaciones continuaran contra el general Luciano Benjamín Menéndez, titular del Tercer Cuerpo de Ejército durante el terrorismo de Estado, y los militares José Carlos González, Luis Manzanelli y Ricardo Román Oscar Otero.

En 2005, la derogación de la leyes de impunidad permitió que el crimen se investigara como delito de lesa humanidad, y cinco años más tarde se imputó en el expediente a Jorge Rafael Videla, a Menéndez y a otros doce militares y policías del régimen de facto inaugurado el 24 de marzo de 1976.

El 4 de julio de 2014, Luis Fernando Estrella y Luciano Benjamín Menéndez fueron condenados a cadena perpetua por el crimen de Angelelli. El año pasado, la Iglesia, con la venia del Papa Francisco, inició el proceso de canonización de Angelelli, en reconocimiento al martirio que sufrió a manos de los genocidas que intentaron acallar su mensaje cristiano y solidario.

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