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» » El tucumano Marcos Rosenzvaig recrea desde la ficción a "Monteagudo"

(20/02/16 - Libros)-.Aunque sabe de la imposibilidad de "reconstruir con fidelidad a un hombre que vivió hace doscientos años", el escritor Marcos Rosenzvaig acude a la ficción para capturar la figura de "Monteagudo" a través de un contrapunto entre un medico forense y el revolucionario asesinado en Lima en 1825, cuyos restos llegaron a la Argentina en 1917, casi cien años después.

Publicada por Alfaguara, la novela no ahonda en precisiones históricas, pero si abreva en la imaginación y en la expresión literaria, para imprimirle verosimilitud al retrato esbozado.

Rosenzvaig (Tucumán, 1054) es profesor de Letras en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Es autor, director y autor de numerosas obras de teatro, como "El veneno de la vida", "Edipo en la cruz", "El pecado del éxito", "Niyinsky" y "Regreso a casa", además de varios ensayos.

En una entrevista con Télam, el tucumano delineó a grandes rasgos las características de la novela recién publicada por Alfaguara.

Esa imagen donde los huesos del muerto nos cuentan una historia, parece una metáfora de la Historia como una anatomía de huesos dispersos que escritores e historiadores se empeñan por reconstruir con fidelidad ¿Tuvo alguna vez esa percepción?
Racionalmente no. Pero gran parte de los argentinos tenemos esa percepción desde hace más de treinta años cuando en nuestro imaginario desenterramos huesos para gestar la memoria.

En ese intersticio entre la racionalidad del pensamiento del escritor y la irracionalidad que conlleva el río torrentoso de la imaginación, se gesta la más emocionante de las escrituras. Los huesos de Monteagudo nos dictan la historia como si en sus palabras fuera posible encontrar la verdad; otra ingenuidad. La verdad pareciera tener el nombre de Dios, cientos de Monteagudos con caras disímiles, y la mía es una más entre tantas otras.

Sería una tarea imposible reconstruir con fidelidad a un hombre que vivió hace doscientos años. La memoria es un botín hecho con despojos. No es posible recordar sin invocar lo que se ha saqueado. El personaje Monteagudo será un producto del libro de Felipe Pigna, Pacho O'Donnell, Miguel Bonasso, la película de Robert Bresson ("Un condenado a muerte se escapa") o "El desprecio" dirigida por Jean-Luc Godard y puedo seguir citando fuentes inverosímiles que transitan la novela como "La divina Comedia" del Dante y "El arte del buen morir" entre otros.

Sucede que hay frases del cine que me han marcado. Evito presionar al personaje para que las diga, pero cuando siento que son de él, que es él quien las piensa, en ese momento de empatía, yo soy Monteagudo y yo siento ser todos los revolucionarios de América Latina.

¿Por qué le interesó? ¿Qué le llamó más la atención de su ideario revolucionario?
Por tucumano, por no provenir de una familia patricia, por ser el único hijo vivo entre diez hermanos muertos y, por sobre todo, porque la historia no le dio el lugar que merecía.

Ser un revolucionario llama la atención en los tiempos que nos toca vivir. Monteagudo fue un apasionado, una especie de Robespierre a quien no le temblaba el pulso del fusilamiento para defender la revolución, y al mismo tiempo era capaz de entregar su vida al amor de una mujer. Ese es el río de la novela: el amor y la revolución.

¿Cómo surge el personaje del médico forense, central en la trama?
Hay un monumento en Parque Patricios que recuerda al tucumano Monteagudo. Supongamos por un instante que yo sea pintor en lugar de ser escritor. Lo habitual sería colocarme frente al monumento y pintarlo. Pero yo no me ubico de frente sino que lo pinto desde la espalda del héroe. Lo miro desde el ángulo cegado para el común. Y qué mejor que reinventar a un personaje que existió, el médico forense, aquel que le hará la autopsia para estampar sus orígenes sanguíneos en una época en donde subsistía la limpieza de sangre.

El tono teatral que se desprende de este dueto a lo largo de toda la trama ¿es una característica de su escritura?
El teatro vive en mí desde los 14 años. Vengo de una familia de escritores y de actores y la manzanita no suele caer muy lejos del árbol, dice un viejo dicho en idish. Ese tono teatral está en mis novelas "Perder la cabeza", "Qué difícil es decir te quiero" y "¡Madres fuck you!". Con respecto al dueto es algo en lo que no había pensado. Eso es lo maravilloso, los otros ojos que observan lo que a mí me es imposible ver. Su mirada construye mi novela.

Aunque la novela hace hincapié en Monteagudo, aparecen otras figuras y un contexto de época que dibuja los contratiempos de plasmar la revolución a nivel continental ¿Este era un aspecto que le interesaba subrayar?
Me gusta la historia pero no soy historiador. Tengo demasiada imaginación para serlo. Allí radica la posibilidad de poder ficcionalizar la historia. El narrador funciona al revés de un historiador. Este último puede ser una rata de biblioteca en la búsqueda de un dato. Pero la historia no le contará cómo Monteagudo escapó de una cárcel, tampoco le hablará de sus pasiones amorosas. La subjetividad de un hombre será la moneda de oro a descubrir. Cuanto menos sé del personaje mayor será mi universo en el campo de la ficción.

Hay directores teatrales que esconden el texto de la obra a sus actores. Ellos la leen cuando ya transitaron sus personajes. Hay actores que leen un personaje y en el momento lo califican, lo acartonan.

No me propongo a priori un ideario, dejo fluir a la novela y a sus personajes. Y si se constituye como tal es porque es parte de nuestro imaginario: una América unida y revolucionaria. La revolución es un sueño eterno, dice Andrés Rivera.

Ese diálogo imaginario que surge casi 100 años después de la muerte de Monteagudo: ¿es una manera de resignificar su memoria? ¿De hacer foco en aspectos que no refieren únicamente a sus supuestos orígenes mestizos?
Monteagudo dialoga con el médico forense a lo largo de una noche, y lo hace 92 años después de muerto cuando se repatrían sus restos del Perú y, cien años después, probablemente este año, el del bicentenario, continúen su viaje hasta llegar a Tucumán. Ciertamente es una manera de resignificar la memoria y para eso está la noche, para evocar a los hados y las estrellas.

Además de los datos históricos, hay un clima emocional, una pasión que transmiten las palabras del revolucionario, en su relación con las mujeres, con sus enemigos, con sus propios fantasmas ¿Una forma deliberada para transmitir lo intangible de una identidad más allá de los adjetivos?
-Lo intangible no se trasmite como hecho deliberado. Es el resultado del confrontarse con una época que no conocí, y del intento de hacer de ella algo verosímil en la escritura.

-"Yo fui el escritor de la revolución", enfatiza Monteagudo en el libro ¿Qué opinión tiene de su papel como periodista? ¿Cómo se ensamblan sus escritos con su accionar revolucionario?
-Durante el siglo XIX la información no tenía el rango de negocio. El periodismo era un arma revolucionaria defensora de la verdad. El periodismo actual intenta orientar la información pública. Hombres como Castelli, Moreno y Monteagudo son gestores de un periodismo intencional. 

El centro del debate es la independencia. En el siglo XIX se pensaba en términos de Nación e incluso de Continente. El periodismo de entonces era una herramienta de transformación. El periodismo actual lo es de sometimiento de las minorías a las grandes mayorías. Lo que Monteagudo esgrimía con la pluma lo asentaba en los hechos. Si Castelli fue el orador de la revolución, Monteagudo fue su escritor.

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