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» » Emma Reyes recrea la crueldad de su infancia en 23 cartas enviadas a Arciniegas

(18/01/16 - Libros)-.Con un prólogo que lleva por título "Leona pura, leona oscura", Leila Guerriero nos presenta a Emma junto a su hermana mayor, Elena, y un niño pequeño al que le decían Piojo, bajo la vigilancia de una extraña mujer, María, que aparece a la mañana y se va todo el día dejando la puerta cerrada con llave. 

"Los tres están siempre sucios, mal alimentados, y pasan el tiempo en ese cuarto sin ventanas, ni agua, ni luz eléctrica, del que no pueden salir salvo en contadas ocasiones", describe la periodista y advierte que Emma Reyes (1919-1983) nunca dice cómo llegaron a esa situación, por qué está sometida "a esa existencia aterradora". 

Como si fuera un narrador experto, apunta la cronista, Reyes "parece saber que los cabos sueltos subrayan el horror", un horror que nadie puede imaginar de dónde sale. Así y todo "escribe libre de toda pena por sí misma, de toda actitud condenatoria, de cualquier forma de autocompasión".

Sus cartas a Arciniegas -a quien conoció en París en 1947- se despliegan poco a poco en un tiempo que se ralentiza, en esa reiteración de encierro, maltrato, mudanza: primero en la capital colombiana, luego el paso de pueblo en pueblo hasta que María las abandona para siempre y queda anclada junto a su hermana en un convento de monjas. Ya para ese entonces habían sufrido la desaparición temprana de Piojo. Allí son de vuelta maltratadas, explotadas y desde el candor típico de una niña, Emma cuenta cómo percibe ese entorno que la rodea. 

"El primer oficio que me dieron fue el de barrer con una escoba chiquita las montañas de espuma de jabón que se formaban en los sifones de la lavandería y que impedían salir el agua -describe-. Por varios meses pasé diez horas al día pasando de un sifón al otro sin el derecho de sentarme un momento".

Y mientras otras compañeras rezaban y cantaban "nosotras no sabíamos que era eso ni para qué lo hacían, las monjas hablaban del pecado, el Diablo, el cielo, el infierno, salvar nuestras almas, ganar indulgencias, arrepentirnos de nuestros pecados, agradecer a la Virgen de la gracia que nos hacía detenernos en su casa", dice en una carta.

Las experiencias límite que tuvo en su niñez no le dejaron odio ni resentimiento, Emma viaja mucho, decide ser una artista -no en vano fue una excelente bordadora en el convento-, se casa con un escultor, gana una beca a París y ya en Europa afianza su oficio, continúa viajando, se vuelve a casar con un médico y en los 60 se radica de forma definitiva en Francia. Fallece en Burdeos en 2003, a los 84 años. 

Su interés por la pintura aparece en Buenos Aires, adonde llega a principios de la década del 40, luego de dejar Colombia a los 21 años. Queda deslumbrada con una exposición de Raúl Soldi y aquí comienza a pintar.

Unos años después y gracias a una beca desembarca en París y asiste a las clases de la academia de André Lothe, quien en 1949 la ayuda a realizar su primera exposición en la galería Kléber. Viaja a Estados Unidos, luego a México (1950) y hace una estadía en el taller de Diego Rivera, donde se impregna del ideario pictórico mexicano e incluso ayuda a montar la famosa exposición de Frida Kahlo en la galería de Lola Alvarez Bravo. 


Pero su errancia natural la lleva nuevamente a viajar y en 1954 se traslada a Roma, donde continúa sus estudios con Enrico Prampolini, un artista que había pertenecido a la vanguardia futurista en Italia. 

Por ese entonces deja de lado la impronta latinoamericana para explorar en la figuración, la abstracción y la composición geométrica. Le escribe a su amigo el colombiano Antonio Montaña: "Es verdad que mi pintura son gritos sin corriente de aire. Mis monstruos salen de la mano y son hombres y dioses o animales o mitad de todo". 

Arciniegas la ayuda como embajador en Roma y parte a Israel donde se instala en Ein Hod, una ciudad dedicada al arte pero ya en los 60 vuelve a Francia, a la Dordoña, cerca de las cuevas de Lascaux, Todos estos viajes inciden en el rumbo de su pintura y sus sucesivas transformaciones. En Colombia expone en Bogotá, Cali y Medellín, pero el brillo de sus obras quedará opacado por esas cartas escritas con los recuerdos deshilachados y al mismo tiempo tan potentes de su infancia. 

Una carta que le escribió Gabriel García Márquez para insistirle en que terminara de escribir la correspondencia pactada le reveló a Reyes que Arciniegas no había cumplido su promesa de no darlas a conocer hasta diez años después de su muerte. 

Esta fue la razón de que las cartas se espaciaran y recién en 1997, ella envía la última carta fechada en Burdeos el mismo año de la muerte de su indiscreto amigo. Su familia hereda la correspondencia y en contacto con Emma decide de mutuo acuerdo las condiciones para su publicación. 

En el anexo de este volumen, reeditado por Edhasa, se reproduce un artículo de Arciniegas, escrito el 9 de agosto de 1993, que lleva por título "De Flora Tristán a Emma Reyes". 

En éste, el ensayista, diplomático y político colombiano escribe sobre ella: "Ahora es una pintora celebrada, pero no hay que olvidar lo que dice su diario de la infancia. Una vez la induje a que lo escribiera y alcanzó a redactar unas cien páginas que son un modelo por la manera de atropellar el castellano, escribiendo ilusión con c y metiendo palabras de 'su' francés alternando con la de 'su' recordado castellano".

Y prosigue: "Quizás la única persona que ha leído esa parte, que se quedó en suspenso, en punto y coma, para seguirla con minúscula, fue García Márquez, a quien se la mostré. Su entusiasmo fue como ha sido el mío. Y pensar que ese diario dejaría atrás al de Flora Tristán..."

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